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¡Escucha la alerta!

¡ESCUCHA LA ALERTA!

     Nuestro sistema nervioso sensitivo nos alerta mediante el dolor, cuando algo en nuestro cuerpo no marcha bien, (por ejemplo en los síntomas de una enfermedad o de una lesión física).

     Pero imaginemos que no tuviéramos estas «alertas», entonces no podríamos prevenirnos y poner remedio antes de que empeorásemos.

     Podemos aplicar el símil a nuestra alma, ¿has perdido tú las «alertas» de tu conciencia?

     ¿Te ocurre que por costumbre, por impulso casi automático, consientes sentimientos, pensamientos e ideas que enferman tu alma? Y ya ni sientes las «alertas» para prevenir; consientes el mal sin ni siquiera haber luchado en tu interior.

     Nadie está libre de tentaciones, y si además no escuchas en tu interior a tu conciencia, si no detectas la tentación ni emprendes una lucha contra ella, sino que por impulso ante la circunstancia, hablas sin caridad, actúas sin pensar, siguiendo tus instintos, movido por la tendencia al mal y por la mala costumbre de vivir, hablar y pensar con prisas, lo único que llegas a detectar es el resultado: «he pecado, ¡ni siquiera estuviste alerta a tus síntomas!

     Hay sordos que lo son, no por ningún defecto de oído, sino porque primero, no quisieron oír, y ya luego, a fuerza de costumbre, no se acuerdan de cómo oír, y viven sin felicidad, por su sordera.

     Dice la Santa Madre Iglesia que: «La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre»1.

     Una cosa es la ignorancia involuntaria, y otra cosa es que si tú te acostumbras a no escuchar, formar y seguir tu conciencia, podría ocurrir que justificaras tu proceder, tus pecados y faltas, porque siempre hallarías algún motivo aparente para haber hecho lo que hiciste. Y por añadidura, el demonio ya se ocupa también de inventar motivos justificados en la mente de cada uno para pecar.

     Sin embargo tienes que saber que Dios no permite para nadie, tentación superior a sus fuerzas; si tienes una tentación es porque la puedes superar, y con ello, demostrar a Dios tu amor, tu fidelidad.

     Te aseguro que una vez superada la tentación, el sentimiento de fidelidad a Dios es maravilloso, y crea un vínculo de «complicidad con Dios» espectacular.

     Sentir eso te da mucha alegría y te renueva las fuerzas para la próxima tentación, que llegará sí o sí, porque hasta que mueres, el demonio se las ingenia para que caigas en alguna, ¡no hay tregua! …Te analiza y rasca entre tus debilidades, pero si llevas a Santa María en tu mente y corazón,  y te vigilas a ti mismo, lo que dices, haces y piensas, le es mucho más difícil. Tienes muchas armas y sacramentos para combatir el mal, ¡úsalos!, ¡católico!

     Si caes, confiésate, como buen hijo arrepentido, y tu Papá, Dios, tu Salvador, volverá a ti, cubriéndote con su Santa Gracia. ¡No puedes imaginarte cuánto te ama Dios!

     Adquiere la bendita costumbre de escuchar a tu conciencia, porque no sólo sirve para decirte «has pecado», sino también para alertarte antes: «esto está mal, no cedas a ello, no lo digas, no lo hagas, aparta ese pensamiento», y si sigues esa alerta de tu conciencia y no consientes, ¡ganas con la ayuda de Dios!

     Hermano, ten una vida de paz interior, para que, cuando la conciencia te alerte, ¡puedas guerrear contra la tentación!  

 

Patricia Bellido Durán

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1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 1860