Saltar al contenido

CONVERTIRSE ES ARREPENTIRSE

CONVERTIRSE ES ARREPENTIRSE»

Siempre es tiempo de conversión, y el adviento es tiempo idóneo para su predicación. Nuestra santa madre Iglesia nos apremia: “Convertíos y creed en el Evangelio”.

Para evitar confusión, la conversión bien entendida (que no es la más extendida) puede asimilarse a la conducción, ya que ambas deben ir en buena dirección, porque el pecado es un modo de conversión (“conversión a las criaturas, y aversión al Creador”).

No existe auténtica conversión a Dios, si no hay contrición y búsqueda del perdón en la confesión. Conversión es reconciliación, con el firme propósito de abandonar la perversión.

El Evangelio narra dos conversiones, en cuyo trasfondo aletea el amor desordenado al dinero, a la riqueza que nos trae de cabeza. Vemos la perversión del hijo pródigo, que se pulió la herencia paterna, y la perversión de Zaqueo —a quién deberíamos encomendar los políticos corruptos— que practicó el saqueo fiscal.

La conversión integral, además de confesión, precisa de oración, adoración y, de humildad, un montón. Y aprovecho la ocasión, para prestar atención a la buena adoración.

La adoración a Dios, en Jesús, se manifiesta externamente postrándose de rodillas, muy especialmente en el sublime momento de la consagración, en que Dios se hace presente sobre el altar —Jesús es Dios— con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Dice el misal romano que el celebrante: “Genuflexus adorat”, tras consagrar el pan y tras consagrar el vino, convertidos en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Si el sacerdote le adora arrodillado, ¿qué haces ahí plantado, como un ciprés, levantado? ¡Por Dios, que Dios es Dios!

Tampoco sirve, en este momento de la Santa Misa, inclinarse como la torre de Pisa (es un “deporte de riesgo”, digamos, como circular por la cornisa). Si esto te han aconsejado, sabe que te han engañado; seguramente, algún aborregado, que debería hacérselo mirar; posiblemente, algún reciclador de reclinatorios, que aprovechó la madera para hacer confesonarios.

Arrodillarse, no demuestra nada, pero es una muestra de fe, amor, justicia, humildad y adoración. Arrodillarse, es un acto de servicio, respeto, obediencia, honor y gloria a Dios.

No arrodillarse, podría ser una muestra de artrosis, pero es una evidencia que muestra y demuestra, nuestra falta de fe, amor, justicia, humildad y adoración, y señala nuestra mala educación, falta de respeto y obediencia. Es un “Non Serviam” que regatea todo honor y gloria a Dios.

Si “pasamos” de adorar, estamos locos de atar, porque “Obras son amores, y no buenas razones”, y la fe sin obras, es una fe muerta. “Por sus obras les conoceréis”.

-Los pastores se arrodillaron ante Jesús. ¿Has visto algún Belén?

-Los santos reyes se postraron ante el Rey de reyes.

-Herodes no se arrodilló (y por poco no le mató).

-Los fariseos, que sabían dónde nació Jesús, no se arrodillaron.

-El fariseo de la parábola, oraba de pie, mientras, de rodillas, lo hacía el publicano.

No me seas fariseo, que estar de pie, queda feo.

No me seas “donvicente”, que hace lo que hace la gente.

No me seas bipolar, basta de escandalizar, porque las misas “privadas”, las pasas arrodilladas, pero por no destacar, no quieres arrodillar.

No me seas cretino y mezquino, como una copa de pino.

-“… ante Mí se doblará toda rodilla…” (Isaías 45,23)

-“… al nombre de Jesús, toda rodilla se doble…” (Filipenses 2,10)

-“De rodillas, Señor ante el sagrario…”; qué hermosa oración cantada.

Muchos y muchas que no se arrodillan ni un minuto ante el altar, lo hacen, durante horas, ante el manillar, en la bicicleta, no para adorar, sino para adelgazar.

¡Obras de fe y de amor, por favor!, que estar arrodillados, es cosa de enamorados. Demuestra con tus obras, que tienes fe.

-“… que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Pienso que el amor a Dios brilla, cuando doblas la rodilla, y que los ángeles nos deben envidiar porque no se pueden arrodillar.

Sabes que Dios te ama, y si no te sientes amado por ÉL, algo falla en ti, y tu error es no decirle que sí.

¡Que Dios nos acoja confesados!… y convertidos; seremos sus hijos más queridos.

QUÉ TE PARECE, si ya de una vez, dejas la cutrez.