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Santa María

 

SANTA MARÍA

En el fondo de tu alma,
te abraza la sonrisa de María.
Ella… toda ternura,
Ella… la Reina, Inmaculada.

El Cielo conmovido,
le canta «¡Salve!, ¡Pureza Eterna!»,
porque sin Ella, Dios no hubiera nacido
como hombre, siendo Dios,
para salvarnos del castigo merecido.

Te quiero mucho, Virgen María,
Mamita mía…,
gracias por darnos a Jesús,
gracias por darte a ti misma.

Yo te venero, con las rodillas de mi alma,
 y a ti elevo mis súplicas, para que a Dios intercedas,
oh, corredentora de mi salvación,
y del mundo entero;
¿qué sería de mi vida
sin las delicias de tus cuidados?

No me niegue yo jamás,
a recibir tu tierno amor maternal,
tu firme ejemplo de santidad y valentía,
y las gracias que, por ser Reina y Señora
de Cielos y tierra, concedes a los que te amamos.
«¡Salve!, ¡Pureza Eterna!».

 

Patricia Bellido Durán
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