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Seguridad y Soberbia no es lo mismo

Seguridad y Soberbia no es lo mismo

Son muchas las personas que confunden el no ser humilde con el estar seguro y contento de ti mismo, calificándote de soberbio si eres persona que confías en ti mismo y estás satisfecho con tu forma de ser. Abunda la confusión de que la humildad es la actitud de dudar de todo, de sentirse mal con uno mismo, de no poder estar satisfecho con uno mismo, de no verse capaz de hacer el bien.

La Virgen María, que es el mejor ejemplo de humildad, aceptando su pequeñez ante Dios se declara esclava de su amor Lc 1, 38: «María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Angel se alejó.» y el Arcángel Gabriel la saludó diciéndole que se alegrara Lc 1, 28: «El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».» Esto demuestra que todo católico que vive en gracia de Dios por confesar y comulgar y guarde los Mandamientos; debe alegrarse y vivir contento. Y la Virgen María, siendo humilde, es decir, realista; aceptando lo que hay dice Lc 1, 48-49: «porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!» María acepta su pequeñez y que Dios ha hecho en ella grandes cosas, a la vez que admite que por la acción de Dios en ella; la llamarán feliz: bienaventurada. Es humilde y realista al admitir que por aceptar su pequeñez y hacerse esclava de Dios; Dios hace grandes cosas en ella. Cuando tú admites que eres pecador y que por vivir en gracia de Dios es Dios Mismo quien actúa en ti; eres humilde y realista, como también lo eres cuando estás contento de ti mismo por abandonarte en Dios y dejar que Él actuando en ti te haga feliz y mejor. De acuerdo que a diferencia de nosotros la Virgen María es Inmaculada, el hecho es que sabiéndose inferior a Dios acepta que lo que es; lo es gracias a Dios.

No hay que confundir la seguridad y alegría que nacen del alma unida a Dios con la soberbia del que vive apartado de Dios.

La fe que habita en un corazón enamorado de Dios te da una seguridad y alegría propias por saberte amado y bendecido por Dios, notando su amor en ti. Es parecido a los hijos que son amados por sus padres, estos niños son más alegres, resueltos y valientes que los que no son amados por sus padres, porque en estos últimos la carencia del amor de sus padres les crea inseguridad. El amor de sus padres es la fuente de la confianza y alegría que habita en los niños, haciéndoles actuar sin dudar.

Ser humilde es aceptar la realidad, no es humildad el verlo todo de color negro y no querer aceptar las virtudes que uno tiene a parte de los defectos que también tiene. El humilde acepta que tiene defectos y virtudes y quiere ser cada vez mejor, no se estanca diciendo que nunca puede llegar a ser mejor de lo que es. Hay quien se mantiene en la situación del propio lamento de sus fallos y defectos sin mejorar ni subir un peldaño más en la escalera de la perfección por miedo a que el aceptar una mejora en sí mismo sea causa de soberbia. En el Catecismo de la Iglesia Católica se enseña que Dios premia a los buenos, esto significa que Dios reconoce lo bueno de cada uno, lo reconoce y recompensa. Si Dios lo hace y ya en vida a quien le ama le bendice con más dones y virtudes, ¿por qué no alegrarse uno con Dios de los logros obtenidos con y por Dios en uno mismo?. De la misma forma que en un recital de poesía el jurado premia a un concursante por su buen trabajo y el ganador puede alegrarse de su éxito, con más razón tú debes de alegrarte de tener a Dios contigo por tú entregarte a Él sabiéndote pecador y que no puedes hacer nada sin su ayuda, debes de alegrarte por los logros que Dios hace en ti al darle tu «sí» como la Virgen María.

El que está contento de sí mismo avanza y crece en virtudes más rápidamente que el que se considera un fracasado que nunca llegará a ser mejor. Es un acto de poca fe el no creer que uno puede ser mejor con la ayuda de Dios, es limitar el poder de Dios y vivir un pesimismo espiritual que no te permite vivir la alegría del cristiano a la que estás llamado.

El humilde acepta que tiene sus defectos y sus virtudes. Todo el mundo tiene defectos que corregir y virtudes que hacer rendir y de las que alegrarse. Es más, para corregir los defectos que aceptas tener por ser humilde y sincero contigo mismo; necesitas ser una persona segura y confiada en ti misma (por saber que todo lo puedes en Cristo que te fortalece Flp 4,13) para esforzarte en ser mejor, debes poner tu grano de arena para que resulte la acción de Dios en ti, si no pones de tu parte ¿qué te diferencia a ti del que no desea ser bueno? el que no desea ser bueno no se esfuerza en serlo, no pone de su parte y ni pide a Dios ser mejor. Si confías en ti, le pedirás ayuda a Dios para que te haga mejor con su gracia y también tú pondrás un esfuerzo por tu parte yendo a confesar siempre que peques, con intención de no volver a pecar. Es un trabajo en equipo entre tú y Dios, como la relación de alumno-maestro, si el maestro enseña pero no cuenta con la atención y el esfuerzo del alumno, allí no va haber éxito, el alumno no aprenderá.

Quien sabe lo que quiere; está confiado y seguro de sí mismo, porque al saber lo que quiere; se prepara bien para conseguirlo, planea los pros y los contras, realiza estrategias para obtener el éxito en su meta y esquivar las posibles piedras del camino. Como cuando decides ir de excursión a una Ermita que está en medio de una montaña, te preparas con el mapa, el atuendo, el calzado, las provisiones, te informas sobre qué tiempo hará ese día, así vas confiado y seguro de que ese día subirás a la Ermita. Lógicamente con el mapa elegirás los caminos que te sean más favorables y correctos para llegar antes. Con la fe igual, si sabes que quieres ser santo te formas en la fe, te apartas de las ocasiones de pecar, guardas los Mandamientos, usas con frecuencia los sacramentos, rezas pidiéndole a Dios que te haga sant@, haces examen de conciencia y al ver tus defectos proyectas la forma de corregirte (por ejemplo si tienes poca paciencia decidirás que al día siguiente escucharás con paciencia a quien te cuente algo), y a todo eso le sumas la ayuda de Dios; que es quien te dará la fortaleza para que puedas llevar a cabo lo que has decidido, pero necesitas primero haber decidido ser mejor, haber puesto de tu parte, para que Dios pueda poner de su parte y ayudarte.

Tú debes saber qué es lo que quieres, y si quieres que Dios te haga santo, serás un buen católico que para conocer más y mejor tu fe, te formarás leyendo el Evangelio, la Biblia y el Catecismo, entonces, por estar bien formado sabrás cuál es el camino a seguir para que Dios te haga santo y estarás confiado y seguro de ti mismo, porque estás preparado, estás formado. Como el estudiante que se sabe la lección y va confiado al examen, porque al sabérsela sabe que tiene la posibilidad de aprobar y además con buena nota, y es humilde porque acepta la realidad; que es que ha estudiado y está bien preparado, por eso está confiado en sí mismo y en la posibilidad de un buen resultado. Quien crea que para ser humilde debe pensar en el fracaso y no puede creer en el éxito obtenido con el esfuerzo propio y la ayuda de Dios; está equivocado, negar una realidad no es sinónimo de humildad: es mentir, y mentir es malo.

Hay que aceptar la realidad y vivir la verdad. Y la realidad es que el que acepta que puede aprobar con una buena calificación por haber estudiado; es humilde al reconocer la verdad de que ha estudiado y que por lo tanto puede conseguir el éxito en el examen. Claro está que el haber estudiado comporta que ha dedicado muchas horas y esfuerzo, eso no le saca mérito, sino que se lo da. Con la santidad igual, tú que pones de parte, luchas por no caer en la tentación, vas a confesar si pecas con intención de no volver a pecar e intentas vivir siempre en gracia de Dios y agradarle, puedes estar contento de ti mismo, porque sabes amar a Dios y tienes la posibilidad de ir directo al Cielo cuando mueras, es lo que enseña la fe Católica.

Montserrat Bellido Durán

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