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A cada uno

A CADA UNO

Dios, que es nuestro bien, que es perfecta Bondad en la voluntad divina, sublime Amor que todo lo embellece; Dios, ama, consuela, ayuda, fortalece, anima, perdona… a cada uno.

A cada uno juzga individualmente, en el juicio particular. Es, pues, cada uno con Dios.

Narra la Biblia de Jesús, que: «Puesto el sol, todos cuantos tenían enfermos de cualquier enfermedad los llevaban a Jesús, y Él imponiendo a cada uno las manos, los curaba». (Lc 4, 40)

Tú puedes rezar, tú puedes «llevar a los demás» a Jesús, Dios, pero es Él quien «impone a cada uno» las manos para curarle. Es, entre cada uno y Dios.

Nadie puede confesarse por los pecados de otro. Piénsalo…

De la misma manera que tampoco pueden confesarse varias personas a la vez, como indica la Santa Madre Iglesia Católica -en el Código de Derecho Canónico-; la confesión ha de ser individual, excepto cuando por «peligro de muerte o necesidad grave», se permite hacer una confesión general, quedando firme la obligación de que «aquel a quien se le perdonan pecados graves con una absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible». (Cann. 961-963) ¿Por qué? Porque cada persona tiene que currárselo, no es sólo trabajo de Dios.

Hay que confiar en Dios, en su misericordia, en su pureza de bondad que ama, te ama, sin tener miedo a ir a pedirle perdón en la confesión, porque Él dijo a los apóstoles : «A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» (Jn 20, 23). De modo que acercarse al Santo Sacramento Penitencial, con arrepentimiento sincero y propósito de no volver a pecar, nos garantiza que Dios nos va a perdonar de manera absoluta, de manera perfecta, -es Dios-, derramando sobre cada uno las llamas de su inflamada Misericordia.

A Santa Faustina Kowalska, Dios le aseguró que su misericordia jamás se agotará, y ella, en su Diario «La Divina Misericordia en mi alma», escribe que también le dijo: «Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas humanas. (…) La desconfianza de las almas desgarra Mis entrañas.»

Acepta la Misericordia de Dios al ir a buscarla en el Sacramento de la Confesión.

La expresión: «que Dios tenga misericordia de mí», ha de preceder a la de: «voy a buscar en la confesión, la misericordia de Dios para mí», ya que está intrínsecamente unido el acto de apelar a la misericordia de Dios, con el de ir a recogerla en el Sacramento Penitencial, el Sacramento de la Misericordia (que Él mismo instituyó); ¿cómo vamos a quedarnos a medio camino, deseando «que Dios me perdone», sin ir yo a recibir su perdón en la confesión?

Entonces, cuando recemos para los demás: «Que Dios tenga misericordia de él/ella» añadamos la otra parte -sumamente importante- de: «que él/ella reciba la misericordia de Dios en la confesión», porque Dios derrama su misericordia, pero, ¿cuántos la aceptan yendo a recogerla en la confesión?

Recemos para nosotros y para los demás; la oración ayuda, y Dios, por nuestra oración, ayuda a los demás. Pidamos a Dios por la conversión y salvación del mundo. Porque, como dice mi padre: «no hay salvación sin conversión», aunque la conversión tenga lugar instantes previos a la muerte. Dios nos quiere tanto, tanto, que llama a cada uno a la conversión, en muchísimas ocasiones.

Dios no es malo, es Bondad infinita, Dios no manda a nadie al infierno; es la retribución de cada uno por sus libres obras. Puede el mayor pecador de la historia, hacer una buena confesión y estará completamente perdonado; ¿cuántos de los que están «en primera fila» en el Cielo no lo estarían de no haberse acogido a la misericordia de Dios en vida, por confesarse? «(…) los publicanos y las meretrices os preceden en el Reino de Dios» dice Jesús en la Biblia, al referirse a que muchos pecadores se convierten y cumplen la voluntad de Dios (cf. Mt 21, 28-32).

Dios ve el corazón… y ve, si es un corazón coherente, que recoge en la confesión  la misericordia que pide en oración. Dios precisamente, desea -y dio su vida por ello- la salvación de todas las personas del mundo. Nadie supera a Dios en el deseo de la salvación de las almas, y… ¿hay algo más fácil que recibir el perdón y consuelo de Dios, y con ello su Gracia Santificante, por confesar lo malo que se haya hecho, dicho y pensado, ante un sacerdote católico en confesión, y todo, absolutamente de forma gratuita, cuantas veces haga falta?

Pongamos de nuestra parte, porque por parte de Dios, todo bien es obtenible, siendo Dios tan maravilloso como es.

Dios ama inmensamente a cada alma, con toda su potencia, la quiere con Él en el Cielo eterno, por ese motivo lo creó. Por ese motivo de amor, te creó, y vino al mundo para salvarte.

A ti, que te sientes a veces olvidado, que necesitas absolución, por cuanto malo hayas hecho, dicho o pensado, recibes, tú… niño desconsolado, en el nombre de Dios Padre,

de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, el perdón perfecto, divino, unitario, el «Yo te perdono», de Aquel que dijo: «Haya Luz», y empezó la Creación.

En la confesión recibes, por los méritos de Dios Hijo, el rescate, y vuelves a estar en su Santa Gracia y amparo, Dios Espíritu Santo te consuela, te da dones; ¡no estás solo! ¡no estás sola!

¡Nadie es capaz de quererte más que Dios!

¿No ves cuánto amor tiene Dios, Jesús, por ti? Eres tú, su querido niño, su querida niña;

todo el rato piensa en ti, te ama, te busca, te espera, te levanta, te consuela… Él cuenta contigo, Dios tiene un plan para ti, y es necesario que estés en su Gracia para llevarlo a cabo.

Gracias Dios mío, por el Santo Sacramento de la Confesión. ¡Viva la misericordia eterna del Señor!

«Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo — de gracia habéis sido salvados —» (Ef 2, 4-5).

 

Patricia Bellido Durán

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