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Servir

SERVIR

No somos más que criaturas del Señor, y en su crianza estamos, y bajo sus cuidados prosperamos. Desentenderse de esta realidad nos hacer orgullosos y soberbios. Hemos nacido para servir a nuestro Creador, y amarlo y respetarlo. Y sólo desarrollando este cumplimiento, se halla en plenitud el sentido de la vida, de esta vida que Dios, con su santo aliento, nos insufló.

Al final de la vida misma, se está, eternamente, glorificando y sirviendo a Dios, o esclavizados al Demonio. Vemos pues, que el hombre, la persona, no sólo tiende, sino que siguiendo instintivamente su inclinación, sirve.

¿Servir a qué, a quién?

No reside en la naturaleza de criatura humana, el adorarse y servirse a uno mismo haciéndose dios de sí y de otros; tampoco se puede “servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al dinero”(1).

Sí, hasta los ángeles sirven a Dios, y en este servir suyo, ayudan y sirven al hombre, con miras a su santidad.

La criatura humana más bella del Señor, la Inmaculada Concepción, la más pura, la más santa, exclamó: “soy la esclava del Señor”(2); hagamos como Ella, la gloriosa Madre de Dios; y sea nuestra forma de vida y de pensar, eco proclamado del mismo “Serviam” que declaró la Santísima Virgen, y que rechazó Satanás.

…¿O quieres acabar como él?

Tú decides.

Patricia Bellido Durán

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     (1) Lc 16,13

     (2) Lc 1, 38.