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«UN ACTO PENITENCIAL, NO ESTÁ NADA MAL…»

«UN ACTO PENITENCIAL, NO ESTÁ NADA MAL…»

… Pero nunca perdona un pecado mortal. El sacramento de la misericordia, es otra historia.

Me dicen que algunos clérigos, con el imperante buenismo galopante, en alguna homilía almibarada —ni chicha ni limonada— equiparan el efecto del acto penitencial, al de la confesión sacramental.

El buenismo es necedad y una forma de maldad. El camino del buenismo —“to er mundo e güeno”— que olvida el catecismo, lleva directo al abismo.

El rezo del Padrenuestro y los actos penitenciales de la santa misa, sean cantados o bailados, sólo perdonan los pecados veniales, pero nos predisponen a la confesión sacramental personal, que perdona los pecados graves o mortales, así como los capitales, de los capitalistas, ciudadanos y pueblerinos.

La penitencia es virtud y es sacramento. La virtud de la penitencia, o penitencia interior del alma, es aquella por la que nos convertimos de veras a Dios, y hace que aborrezcamos los pecados cometidos, y decidamos confesarlos a Dios, en la persona de un sacerdote católico.

Dice Jesús: “Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente” (Luc. XIII, 3). Y San Pío V: “Nadie puede obtener sin penitencia, el perdón de sus pecados”.

Creer que un simple acto penitencial en la misa dominical, perdona el pecado mortal, es algo así como creer que una cucharada de sales minerales o frutales, cura las úlceras estomacales.

La confesión sacramental es fenomenal (invento divino) y salubérrima, algo así como un poderoso antivírico y multivitamínico que, por virtud del sacramento, devuelve la salud al momento… y sale uno tan contento. Este sacramento, que mucho molesta al diablo y quiere banalizar, obra maravillas en el alma: nos restituye al estado de gracia de Dios (digamos, su amistad), recibimos el consuelo del Espíritu Santo y recuperamos la alegría perdida, nos certifica la veracidad del perdón, nos fortalece ante las tentaciones, nos asemeja a Jesucristo (que padeció y fue tentado), fastidia mucho a Satanás… y de rebote, ayuda al confesor. Sabido es por comprobación, que quien imparte el perdón, también mejora “un montón”, porque El Gran Consolador, le guía con mucho amor.

Los dones de Dios no tienen precio, por eso son gratis; para irte a confesar, nada tienes que pagar.

Que no te vengan con esas, no hay perdón si no confiesas.

¿Cómo estás tan loco, que te confiesas tan poco? No seas tan remolón, y corre a la confesión.

En el gran teatro de la vida, quien pierde la confesión, llega tarde a la función.

Y ya para terminar, algo que hay que recordar: “Quien no se confiesa, no quiere confesar” (Papa Francisco).

QUÉ TE PARECE: Dios es ultramisericordioso, pero hay que pedirle misericordia, como el hijo pródigo, de tú a Tú, en el confesonario, donde el buen sacerdote debe esperarte..