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DEBEMOS EVANGELIZAR, SIN PARAR, SIN PROTESTAR, SIN DESERTAR

DEBEMOS EVANGELIZAR, SIN PARAR, SIN PROTESTAR, SIN DESERTAR

Evangelizar es imitar a Jesús, anunciar el Reino de Dios (tercer Misterio de Luz). Es vivir con fe activa el Padrenuestro (“Venga a nosotros tu Reino”).

Evangelizar es cumplir un mandato imperativo de Cristo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura”. (Marcos 16, 15).

“… sino id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel… Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad a los demonios”. (Mateo 10, 6-8).

“… id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado”. (Mateo 28, 19-20).

Evangelizar es amar a Dios y al prójimo (primer Mandamiento, y “un mandamiento nuevo os doy, que os améis…”)

Evangelizar es servir a Dios, como hizo Jesucristo: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida…”

Evangelizar es glorificar a Dios (el Verbo, la Palabra): “… que la Palabra del Señor se propague por todas partes y sea glorificada como ha sido entre vosotros…” (Tesal., 2, 16 -3, 5).

Evangelizar (propagar el Evangelio de la fe) es una obra de fe, de justicia y de misericordia: “Enseñar al que no sabe”.

Los primeros evangelizadores son los “predicadores” (obispos y presbíteros), pero el mejor evangelizador es fray ejemplo.

La evangelización está encaminada a la salvación, y no a la solución de los problemas materiales (pobreza, inmigración, marginación…), manipulación de la Buena Nueva, “Porque todo el que invoque el nombre del Señor se salvará”.

Huyamos de los falsos profetas que van “evangelizando”, sofisticando el Evangelio.

¿Sabes que te digo? ¡Que menos predicar, y más dar trigo! Urge evangelizar usando del poder de Dios, que está en los suyos (obispos y sacerdotes), confesando, exorcizando, ungiendo a los enfermos, muy especialmente a los moribundos: “Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus impuros, para arrojarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia”. (Mateo 10, 1). Y otro recordatorio: “Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad los demonios…” (Mateo 10, 8).

Y ahora te digo, amigo: ¿Qué pasa hoy, que no hay demonios? Muchos deberían hacérselo mirar o, posiblemente, mirarse al espejo. Ahí lo dejo.

¿Por qué pasan de puntillas sobre la Palabra? Te lo diré: falta fe, esperanza y caridad, y sobra mucha “fraternidad” y falsa humildad, o sea, mucha comodidad y frivolidad, frutos de la maldad.

Pero ¿es que no hay enfermos del alma, muertos de alma por pecados mortales, leprosos de hedonismo, ni endemoniados? ¡Estamos apañados!

La dureza de corazón, paraliza toda evangelización.

Mucha es la mies, pero a los obreros hay que ponerles pies. “Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Nueva”. (Romanos 10, 15).

La liturgia también evangeliza, siempre que la acción litúrgica no sea letárgica.

Pobre evangelización la que no predica la confesión.

Afán de evangelización, sed de salvación.

Para ser un evangelizador diestro, debes imitar al Maestro.

Si no evangelizamos como hacía Jesús, a su estilo, cosemos con aguja sin hilo.

Si no evangelizamos con Él, vamos contra Él.

Jesús era claro, exigente, duro y radical, porque amaba y obedecía al Padre celestial. No se andaba con paños calientes, y le seguían las gentes, las arrastraba.

Si no arrastramos ni sabemos exigir, es porque nos arrastramos en nuestro vivir, en nuestro acaramelado buenismo, de perruno mundanismo, predicando para hacer amigos: la hermandad, la placidez y el espíritu navideño; falsificando la Palabra, o sea, pecando contra el Espíritu Santo.

Evangelizar es repicar la Palabra.

Si el movimiento se demuestra andando, el perfeccionamiento, evangelizando.

El Evangelio es corriente de agua viva que salta hasta la vida eterna; no cortes el grifo.

¡Hala!, evangelizando, que es gerundio.

¡Vamos, majo, evangeliza a destajo!

Transmite el Evangelio en su integridad, con exquisita fidelidad a la Verdad.

Autoevangelízate sin parar, si al Cielo quieres llegar. Conviene aclarar que “autoevangelizar”, no es predicar sobre cuatro ruedas.

Los soldados de Cristo (somos Iglesia militante) hemos de evangelizar sin desertar, que por cierto, no es predicar en el desierto.

No les compres la moto averiada a los que protestan por nada y venden una versión evangélica minimizada, mutilada, tergiversada, adulterada, subvertida, malversada o descontextualizada; (¡casi nada!)

No sigas a los buenistas oportunistas, fracasados ilusionistas, que practican la mudez compulsiva y delictiva, el ominoso y elocuente silencio de los “perros mudos” bíblicos, que nunca predican sobre pecado, Mandamiento, confesión, diablo, infierno, purgatorio, y un extenso repertorio. ¿Será que han hecho voto de silencio? ¿Será el misterio, su oculta vocación al monasterio, que sería la Cartuja, y están entrenando? Ese silencio clerical es un silencio sepulcral, de sepulcros blanqueados. ¡Menudos mendrugos! Han pasado de la adoración nocturna a la evangelización taciturna.

Dale tu sí al Señor, siendo evangelizador.

Evangelizad para que Cristo reine en la sociedad.

Sacerdote, para evangelizar, ponte a confesar.

Si quieres hacer felices a los demás, evangeliza como el que más.

Ama a Dios, sin renunciar a evangelizar, y sabrás qué es flipar.

QUÉ TE PARECE: “Propagad el Evangelio, porque esta Buena Nueva es la felicidad para el hombre, ya que no hay nada que haga más feliz al hombre, que ayudar a otro a encontrar a Dios y su amor”. (P. Jesús)