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¡SÍ A LA VIDA!…

¡SÍ A LA VIDA!…

Sí a la vida, es un rotundo sí a los hijos, a tus hijos. Algunos asocian su sí a la vida con esta frase tan manida: “Vive y deja vivir”, imagen del vividor y existencialista.

Hablando claro, el auténtico sí a la vida, a la vida de tus hijos, consiste en vivir el matrimonio “como Dios manda”, nunca mejor dicho, porque lo que manda Dios es: “creced y multiplicaos”.

El Autor de la vida y Señor de la vida, Dios, puso leyes a esta vida (“es ley de vida”, se dice), y el Cuarto Mandamiento incluye también deberes para con los hijos, como: “Procurar avivar la fe en la Providencia, y ganar lo suficiente para poder tener o educar a más hijos”.

Evitar un hijo, pudiendo tenerlo, es una impiedad, una necedad, una maldad y una irresponsabilidad.

No digan que aman a Dios, si evitan los frutos del amor de los dos.

Clamar sólo por la vida, sin dar vida, es mirar sólo el dedo que señala el cielo.

Amor y procreación, camino de salvación.

Con la fe y la caridad, crece la fecundidad.

La fe en lo divino, alumbra el camino, y, sólo la fe, alumbra un bebé.

Quien se malcasa por vicio, no celebra natalicio.

¡No tengáis miedo, alegraos, creced y multiplicaos!

Quieres “comerte” el mundo y ponerlo a los pies de Cristo Rey…, eres de muy buena ley; bien, pues si tienes muchos hijos santos, seréis muchos a “comer”… ¡Buen provecho!

El mayor regalo que podemos hacer a nuestros hijos, es educarlos en la fe, y, puestos a regalar, el regalo más agradable a Dios, es darle muchos hijos educados en la fe.

Si aceptas a Dios como Padre, aceptarás a todos sus hijos, tus hijos, queridos y deseados por Él.

Ahí van dos proverbios XXL: “Si buscas la felicidad, vive la paternidad con generosidad”. (Dios es Padre de la Humanidad, y es infinita su felicidad). “Si quieres ser feliz toda la Eternidad, no recortes ni limites tu fecundidad, y acepta con alegría los hijos que Dios te da”.

Si en el Cielo hay fiesta grande cuando renace un pecador, ¿qué alegría no habrá cuando nace un hijo del Creador? Cada hijo es para Dios un alegrón, porque puede derramar en él su salvación.

Un hijo es un sublime acto de amor a Dios y al prójimo, una vivencia intensa y fiel del Primer Mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas” (coches, casas, vacaciones, lujos, vicios y tapujos).

Cada hijo es un supremo acto de responsabilidad, con Dios y con la sociedad, que nos acerca a la Santidad. Sólo evitan hijos, los irresponsables.

“Un vicio cuesta más que dos hijos” (Benjamín Franklin). Si sumas los vicios que tienes, y multiplicas por dos, sabrás los hijos que evitarás, y, si estás como un cencerro, acabas comprando un perro.

Me decía un conocido: ¿Dónde vas con tantos hijos? ¡Cada hijo cuesta un dineral! Le respondí: ¡Qué bien, soy millonario!

Si no quieres procrear por lo que puedas gastar, no te vayas a casar y opta por el celibato, que te saldrá más barato.   

Calcular por egoísmo, es contrario al cristianismo. No calcules cuántos hijos tendrás, no le hagas el caldo gordo a Satanás; tú confía en Dios, y ya verás. Abandónate a su bendita Providencia, que siempre actúa con la “logística” de su infinita misericordia. Él tiene siempre la última Palabra.

QUÉ TE PARECE:

Pronto reviviremos los Días Santos en que Jesús, Dios, entregó su vida para que tengamos Vida. ¡Dios vive! ¡Viva Dios! ¡Viva la vida! Vivan todos los hijos de Dios y de la Iglesia. Vivan todos tus hijos que quieren vivir. ¡Tú debes decidir!