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Artículos – Sabías que…

EXISTE EL INFIERNO…

EXISTE EL INFIERNO

Y existe el Malvado, que odia al hombre por Dios creado. ¿Ya te habías enterado?

Perdona que toque un asunto tan candente en este caliente mes de Agosto, en el que posiblemente descanses a gusto, y te lleves algún susto, porque no quiero ser como el “perro mudo” que predica el Evangelio con espíritu navideño y pascual, obviando a la Serpiente infernal.

El Diablo, empiezan obviándolo y acaban olvidándolo, por eso es muy católico el ir recordándolo.

Muchos pasan “de puntillas” sobre el tema para no quemarse los pies, esos pies que deberían anunciar el Evangelio sin restricciones mentales pastorales. Negar la Verdad, ocultándola, es pecado muy grave.

Jesús habla del Infierno sin tapujos ni eufemismos ridículos, y siempre exhortando a la vigilancia y a la conversión.

Como no predican sobre los Mandamientos ni sobre la gravedad del pecado mortal, ¿para qué hablar del Infierno? Además, “las cosas han cambiado”, y allí deben tener aire acondicionado.

No hablan del tema para no asustar al personal, y eso está pero que muy mal, porque bendito susto el que salva un alma. No aman a los fieles porque no buscan su salvación; son los mismos que no facilitan la confesión.

Si no crees en Satanás, menudo susto tendrás.

Leyendo el Evangelio, entenderás que quien no está con Dios, está con Satanás.

Después de leer el Evangelio, no creer en el Infierno es de ilusos o de merluzos.

La existencia del Infierno no es una metáfora simbólica, es de fe católica.

El terrorismo infernal no es asunto banal, y ceder a su presión, lleva a la condenación.

“Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al Infierno”. (Mt. 5, 29)

“Y si tu mano te escandaliza, córtatela. Más te vale entrar manco en la Vida que con las dos manos acabar en el Infierno, en el fuego inextinguible.” (Mc. 9, 43) ¡Caramba!, parece que allí no hay carámbanos.

“Si alguno no permanece en mí es arrojado fuera, como los sarmientos, y se seca; luego los recogen, los arrojan al fuego y arden.” (Jn. 15, 6)

“El pecado mortal entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno…” (Catecismo).

“Dios no predestina a nadie a ir al Infierno; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final.” (Catecismo).

Van al Infierno los que no figuran en el “Libro de Familia”: (“Todo el que no figuraba escrito en el libro de la vida era arrojado al estanque de fuego.”) Apoc. 20, 15.

De “ignorar” a Satanás, pronto te arrepentirás.

Quien vive para agradar al Diablo, merece vivir en un establo, porque aunque Satanás es un ser espiritual, es bastante “animal.”

Si no crees en el Infierno, cuando mueras tendrás un susto de Muerte.

Jesús no engaña, mira la parábola de la cizaña: “El enemigo que la sembró es el diablo. La cizaña son los hijos del Maligno… y los arrojarán en el horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Quien tenga oídos, que oiga” (Mat. 13, 37…). Pero no hay peor sordo que quien no quiere oír, y al Infierno quiere ir.

Cuando mueras, que quien descanse en paz no sea el Diablo.


QUE TE PARECE:

Podemos alcanzar la salvación (y evitar la condenación) mediante la conversión de corazón, seguida de una buena confesión. “¡Dios nos pille confesados!”, dice el refrán.

Es estimulante y reconfortante pensar que existe el Infierno, porque vemos que no estamos tan mal aquí, pese a los virus, a los impuestos y a los políticos funestos.

No me seas vacilón, que hay muerte y condenación, y también hay salvación.

Vive en estado de alerta, con la conciencia despierta, que Satanás no ha muerto, desaparece de la pantalla.

Ve con la mirada atenta y piensa por tu cuenta.


Javier Bellido

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NO TE LO MERECES

NO TE LO MERECES

Escuchamos muchas veces el “Tú te lo mereces” y otras sandeces, como: “Merecéis ser felices”; ¡tiene narices!, ¿será como las perdices o, tal vez, las meretrices?

Mola subirse a la parra y merecer ir de farra. Por la vía de los hechos, merecemos los derechos, y no hacemos alusiones a nuestras obligaciones.

El mérito o el demérito, son la justa retribución de nuestros actos.

No tenemos ningún mérito frente a Dios, porque todo lo que somos y tenemos son dones recibidos del Creador. Fuera, hasta la más ínfima ínfula.

Dice el refrán, que “El fracaso es huérfano”, y así, pensamos que somos progenitores del éxito.

Todo mérito es de Dios, y todo demérito, nuestro. Lo nuestro, lo humano, es el pecado, la deuda (“Padre nuestro…, perdónanos nuestras deudas…”). Incluso los méritos de nuestras buenas obras, son dones de la bondad divina.

No merecemos ni la primera gracia (del Bautismo), pero bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer gracias para nuestra santificación y salvación.

Por el Bautismo, somos meritísimos hijos de Dios y de la Iglesia. Si nuestros méritos son pura gracia, nuestros deméritos, pura desgracia.

El Amor de Cristo es la fuente “sostenible” de todos nuestros méritos, y si vivimos unidos a Él, nuestros actos tendrán un mérito sobrenatural.

Muchos, incluso católicos, tienen la visión de un Jesucristo emérito, olvidando que sigue Reinando (Cristo, ayer, hoy, siempre).

Para merecer, hay que meritar (meditar, orar, amar, obrar con fe). ¿Sabes lo que te mereces? Lo que Dios te dará con creces, cuando con fe, reces. Recuerda el milagro de los peces.

No merecemos el inmenso y gratuito amor que Dios nos tiene, ni su perdón, paciencia y misericordia.

“El Señor es compasivo y benigno, lento para el castigo, rico en amor”. “Dios olvida nuestras culpas (confesadas), no castiga como merecen nuestros pecados”.

Merecemos el cielo, por gracia de Dios y los méritos de Jesucristo, si cumplimos los Mandamientos.

Los méritos de Cristo empiezan con su nacimiento en Belén, circuncisión, huída a Egipto, años de trabajo artesanal, predicación del Evangelio, Pasión y Muerte.

Inseparablemente, nos beneficiamos de los méritos de todos los mártires y santos; de manera especialísima, de María Santísima, Corredentora, cuyos méritos van unidos cronológicamente a las etapas de la vida de Jesús; sus lágrimas al pie de la Cruz, son de un valor incalculable.

¡Oh preciosísima Sangre de mi Dios, misericordia por el mundo entero! Y ya, como colofón, la lección del buen ladrón:

A- El LADRÓN AL OTRO: “¿Ni siquiera tú, que estás en el mismo suplicio, temes a Dios?” (Luc. 23, 40). El santo temor de Dios exige temor al virus peccati.

B- CONTINUACIÓN: “Nosotros estamos aquí justamente, porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero éste no ha hecho ningún mal”. La humildad crece cuando uno sabe lo que se merece.

C- CONCLUSIÓN: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (Luc. 23,42). Todos somos ladronzuelos, le tenemos robado el Corazón a Dios. Nos ha dado la vida por amor (somos un deseo suyo); nos dio a su Hijo para salvarnos, y al Espíritu Santo para amarnos, y espera abrazarnos en el Paraíso.


QUE TE PARECE:

Mucha gente piensa, erróneamente, que los caprichos los merecemos; y, por otra parte, los beneficios no los agradecemos.

Menos merecimiento, y más agradecimiento, que “Es de bien nacido, ser agradecido”. ¿Crees que alguien se merece algo bueno? La Suma Bondad, Dios, se lo merece todo. ¡DEO OMNES GLORIA!


Javier Bellido

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LA CONFIANZA…

LA CONFIANZA…

La confianza, el andar con fe y esperanza, proviene del amor.

Sin amor, no hay fe ni confianza.

Si amamos a Dios, si tenemos fe y “conciencia”, confiaremos en su amorosa Providencia.

Jesús calmó la tempestad, porque confiadamente se lo pidieron sus discípulos.

El buen ladrón consiguió el Cielo, orando confiadamente.

La hemorroísa, y tantos otros, se acercaron confiadamente a Jesucristo, y fueron curados.

La Virgen María confió en Dios, por el mensaje del ángel, y pronunció el Sí más grandioso de la historia de la humanidad. También, la confianza de María en Jesús, hizo posible la conversión del agua en vino.

Casi toda la Biblia, es una historia de confianzas y desconfianzas.

La confianza, aúna fe y esperanza, seguridad.

Confiar en Dios es un goce del alma.

Quien desconfía, su amor enfría. No entibies tu piedad por miedo a la enfermedad.

Qué triste es desconfiar de Jesús al comulgar, ir con un amor descafeinado, retráctil. Acércate confiadamente a comulgar, déjate amar y sanar, que Dios no te va a contagiar nada malo. Ojalá nos “contagie” su amor y obediencia al Padre, y su mansedumbre y humildad.

Ser conscientes de nuestra filiación divina, nos ayudará a tratar a Dios con la confianza que tiene un hijo con su Padre.

Confía en la oración, que es conversación, no alucinación, y hallarás de tus problemas, solución.

Acudir confiadamente al Señor, mantiene la vida interior.

Repite: En Dios confío, descanso; me abandono en sus brazos paternales, a salvo de todos los males. Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.

No me seas “animal”, ¿con Dios, “distancia social”?

Con Dios no guardes distancia, en ninguna circunstancia.

Quien no sabe amar, desconfía por miedo a enfermar.

Desconfiar del Amor, es un craso error.

Que de esta “alarma” viral, surja un rearme moral.

Practica esta “actividad esencial”, la Confesión sacramental.

En este mes de Junio, hemos celebrado la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, y la festividad del Corpus Christi, la festividad del Amor, la Eucaristía, el Sí del Amor eterno, inacabable, insuperable, que vive entre nosotros, de manera estable (está en los Sagrarios de todo el Planeta).

Pero hay quien desconfía de Jesús-Eucaristía, y recibe la Comunión, con un ¡ay! en el corazón. Nuestra desconfianza, descontrola la balanza, y el amor desconfiado es muy desequilibrado.

En cada Comunión, practica la adoración, para un fiel cumplimiento del gran Primer Mandamiento: “Adorarás al Señor tu Dios, …”.

Dios quiere que el amor al Pan Celestial, se haga “viral”.

Cada Comunión es una moción de confianza en Jesús Sacramentado, El Crucificado, El Amado, El Pan Consagrado; no te apartes de su lado.

Acerquémonos confiadamente al Trono de la Gracia, para obtener misericordia.

¡Corazón dulcísimo de María, mi alma en ti confía!

Acude confiadamente a María, y nunca perderás tu alegría.


QUÉ TE PARECE:

El “nuevo” formato formal de distribución de la Comunión sacramental, es ortodoxamente discutible porque, escudándose en razones profilácticas y antisépticas, manifiesta una esdrújula visión escéptica —de luces cortas— de la Eucaristía, ayuna de confianza, afección, fe y adoración, más bien propia de los “iconoplastas”. ¿Para cuándo, la introducción de la teleComunión?

Lo único positivo, es que muchos han aprendido a lavarse las manos, antes de tocar a Dios.

Supongo que los que le bailan el agua al diablo con este galimatías, se lavarán las manos.


Javier Bellido

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SON “LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS”

SON «LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS»

Señas, signos, símbolos y señales, son cosas iguales. Pequeñas, como lentejas, tenemos las señalejas.

Los signos, significan, y las señales, señalizan.

Los milagros que hizo Jesús, eran signos de su divinidad.

“Pues bien, el propio Señor os da un signo. Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel.” (Isaías 7,14)

“Entonces algunos escribas y fariseos se dirigieron a él: Maestro, queremos ver de ti una señal. Él les respondió: Esta generación perversa y adúltera pide una señal, pero no se le dará otra señal que la del profeta Jonás. Igual que estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en las entrañas de la tierra…” (Mt 12, 38-40)

Los evangelistas presentan a Jesús como signo de contradicción: “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra?” (Lc 12, 51) “Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos.” (Jn 9, 39)

Las espigas de trigo y el racimo de uvas (pan y vino) son signos de la Eucaristía. La figura de una paloma en vuelo, simboliza al Espíritu Santo.

El signo por excelencia es la Cruz salvadora. Hay que signarse y resignarse para salvarse.

El Credo, símbolo apostólico, es el símbolo de la Fe. Los Mandamientos y los Sacramentos, la misma Iglesia, son, entre otros valores, signos palpables del amor de Dios a los hombres. Las catedrales y otros preciosos templos que siembran el paisaje, son enormes signos de fe recia.

El lavado de manos de Pilato, fue signo de cobardía, mientras que la valentía de Jesús, lavando los pies a los discípulos, fue un símbolo y ejercicio de amor y humildad.

“¡Niño, está feo señalar a las personas!”, decía mi abuela. Conste que, en el espacio de estas líneas, le desobedezco y me despacho a gusto. ¿Quieres más signos? Estudia ortografía china.

Y, ahora, que tenemos tiempo… para amar a Dios y ganarnos la felicidad eterna, veremos que: “Todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo: tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar…, tiempo de llorar y tiempo de reír…”. (Ecl. 3)

Dios es autor y señor del tiempo, y todo sucede cuando tiene determinado:

—“En el principio creó Dios el cielo y la tierra”. (Génesis)

—“… para el Señor un día es como mil años…”. (2 P 3, 8)

—“Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin”. (Ap. 22, 13)

—El Hijo de Dios se encarnó “al llegar la plenitud de los tiempos”.

—“Yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

“Le preguntaron: Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder?” (Lc 21, 7)

“Observad la higuera y todos los árboles: cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis por ellos que ya está cerca el verano. Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios.” (Lc 21, 29-31)

Los árboles son signos, y maestros del tiempo, y nos aleccionan. Así también, en la Biblia, la palmera y el cedro del líbano, simbolizan al justo (“El justo florecerá como la palmera, crecerá como el cedro del líbano, plantado en la casa del Señor”).

La barba es también una señal, de que hace días que no se afeita, y también nos alecciona: “Cuando veas la barba de tu vecino pelar, pon la tuya a remojar”.

RESUMIENDO:

El tiempo es una realidad terrena.

—Vivimos bajo el signo del tiempo.

Signos del tiempo, son horas, minutos, segundos; relojes y calendarios; canas, calvas y arrugas; nubes, rayos y centellas.

Los tiempos son la vida y sus circunstancias, el mundo. Se dice: “en estos tiempos; en otro tiempo; en aquellos tiempos…”.

—LOS “SIGNOS DE LOS TIEMPOS”, dicen muy contentos, cacareando un concepto abstracto y abstruso, de significado difuso y confuso. Encontré una definición que, por ridícula, me resisto a transcribir; parece un ejercicio cómico de humor contenido. Urge “poner en valor” el sentido común.

Los “signos de los tiempos” son el “parto de los montes” de nuestro tiempo.

El binomio signo-tiempo parece apropiado para la meteorología y para la horterada del Zodíaco.

“Cuando veis que sale una nube por el poniente, decís: “Va a llover”, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: “Viene bochorno”, y también sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo?” (Lc 12, 54, 56)

“¡Amigo, pero los tiempos cambian!”, dicen muchos, para así desertar y contemporizar. Muchos “desertan” (las iglesias están desiertas los domingos) y contemporizan (acomodándose a la moda, al respeto ajeno) por no disgustar, destacar, o desagradar a los hombres, sin importarles disgustar a Dios.

Mete en la cabeza, que los tiempos cambian por naturaleza (y de modo automático —véase el “cambio climático”) pero ello no significa que tengamos que cambiar, a ritmo de los tiempos, lo que es inmutable, nuevo, sin fecha de caducidad, como son: las verdades de fe, la santa tradición, la Palabra de Dios, los Mandamientos, los Sacramentos, la Iglesia (que es la Esposa de Cristo, perennemente joven, y que maldita falta le hizo ninguna “reforma”), las virtudes teologales y las cardinales, y las buenas costumbres… todo ello, porque procede de Dios, y Dios no cambia, es eterno y actual (Jesús, ayer, hoy, siempre). Dios siempre es Amor, y el hombre, pecador.

No seas veleta, cambiante por el viento dominante.

Que no te vendan el pescado pasado, de que las cosas han cambiado, porque lo que antes era pecado, sigue siendo pecado; ¿te has enterado?

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. ¡Qué “pasada”! Seguir la moda, no salva al practicante, puede salvar al comerciante.

Quiero, para acabar, interpretar, no el gran teatro del mundo, sino “los signos de los tiempos”. En la Babel actual, hay un lío colosal, que tratan de interpretar, sin conseguir aclarar. Cualquier interpretación, precisa mucha oración, y alcanza la santidad, quien hace Su Voluntad (de Dios), que, además de interpretarla, debemos siempre aceptarla: “Quiero lo que Tú quieras; hágase tu voluntad”.

En este mayo florido, no tengas a tu Madre en el olvido; acude a la Virgen pura, a la más humilde y excelsa criatura, que, más que signo, es signatura del amor de Dios por nosotros. Recemos el Santo Rosario; las letanías están repletas de preciosos signos que alegran el Corazón de Dios, que se recrea cuando honramos a su Hija, Esposa y Madre.

María, corredentora e intercesora, aboga por los hombres que le invocan, en todo tiempo, y en todos los tiempos.

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de la muerte. Amén.


QUÉ TE PARECE: ¡Qué falta de fe! ¿Cómo puede contagiar un mal, el Autor del bien?

Jesús curaba a los enfermos al tocarlos; incluso, con tocar su vestido, curó la hemorroísa. ¿Sabes de alguien que haya enfermado por comulgar en la boca, como devotamente toca? No te dejes engañar, hermano, por los que pretenden imponer la Sagrada Comunión en la mano, esgrimiendo el argumento cornuto (nunca mejor dicho) de la boca contagiadora o la mano salvadora.

En 1.918 todos comulgaban en la boca; llegó la peor y terrible pandemia vírica —mal llamada, “la gripe española” — que mató 70 millones de personas, y todo siguió igual.

Dos prestigiosos médicos católicos, salen al paso de los bulos y confirman, científicamente, que es “más segura” la Comunión en la boca que en la mano.

Entrevista a Filippo Maria Boscia, presidente de la Asociación de médicos católicos italianos, léela aquí

Carta de un médico, léela aquí

Me tengo que despedir, las señales horarias me invitan a dormir, con sus signos del tiempo. Que interprete “los signos de los tiempos”, quien tenga tiempo.


Javier Bellido

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“LA GRAN FIESTA DE LA LUZ”

«LA GRAN FIESTA DE LA LUZ»

Es la Pascua, la fiesta de la luz de Dios. Él es la Luz, luz del mundo, de las gentes y de las naciones; luz de la Iglesia, de los creyentes y de sus corazones.

“Dios es Luz, en Él no hay tiniebla alguna.” (1 Jn 1,5).

“Dios Hijo, manifestándose en nuestra naturaleza mortal, nos restauró con la nueva luz de su inmortalidad.” (Del prefacio de Epifanía).

Somos hijos de la Luz, por el bautismo.

“O lux beata Trinitas et principalis Unitas.” (“¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y Unidad esencial!” LH, himno de vísperas).

“Porque gracias al misterio del Verbo hecho carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor…” (Del prefacio de Navidad).

La luz natural es fuente de vida; sin luz solar, moriríamos, porque no vivirían las plantas ni los animales. Cuando una mujer trae un hijo al mundo de los vivos, se dice que da a luz.

El Verbo, … “la luz verdadera que ilumina a todo hombre”. (Jn 1,9).

La Palabra es la luz de nuestro camino hacia el eterno destino.

Jesús es la Luz, es el Camino, es la Vida, y nos ilumina el camino de la vida.

“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Jn 8,12). Caminemos con Jesús, como los de Emaús, por el sendero de la vida, iluminado por el Sol de Amor, Justicia y Paz.

La luz de L.E.D. no es moderna, es eterna, es la Luz Eterna Divina.

La luz de Dios es esa energía luminosa renovable, que se renueva al momento y va en aumento, al recibir un sacramento.

¿Qué haces con gafas de sol? Si no amas la Luz, es que tienes pocas luces, y te caerás de bruces. Si juegas a “ver la luz al final del túnel”, es que, por estrechez de miras, contemplas la vida por un canuto.

“Dios da al hombre la luz de la fe para que busque el sentido de su vida”, dice el Catecismo. La fe es esa luz del creyente, que ilumina su corazón y su mente.

La fe nos hace más realistas, porque fija la mirada en Dios, y, sólo en Dios, está la realidad.

La fe nos da el necesario equilibrio en la vida, y una vida espiritual verdadera y “sostenible”. La fe equilibra a todo el mundo, frente al lastre del mundanismo.

Quien tiene la desgracia de perder la fe (y los diablos se emplean a fondo en ello), camina descaminado, desnortado, desequilibrado.

“Vosotros sois la luz del mundo… Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos.” (Mt 5,14-16).

Los cristianos, por ser tales, son como cirios pascuales, que iluminan en el mundo, sus caminos y andurriales.

Pese al auge de “las eléctricas”, hay crisis de esa energía luminosa. Se trata de alumbrar sin deslumbrar.

Por el bautismo, nos revestimos de la Luz. Hay que lucir y no lucirse, que se luzca y brille Cristo Rey. No podemos vestirnos el taurino “traje de luces”, para lucirnos, al estilo Lucifer.

Ahora, que ya desapareció la profesión de farolero, no nos marquemos faroles, porque hay más de un prelado, que estaría mejor callado.

Tampoco seas un “apagavelas-matacandelas”, apagador de la luz del Amor.

“Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz para que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a la luz, para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas en Dios.” (Jn 3, 20-21).

Es una gran necedad, el amar la oscuridad. Para empezar, tu destino es rodar, por las piedras del camino. Dices amar la noche, la oscuridad, la penumbra, porque uno se acostumbra…, pues llevas vida de gato, de medio filocegato, y caminas como un pato.

¿Practicas el apagón para ir de diversión? Como un volcán apagado, es el que vive en pecado.

No seas tan apagado, que ya Jesús “ha-pagado” por tu pecado, ha muerto y resucitado. ¿Qué haces ahí parado? ¿Qué te ha desenchufado?

Carga las pilas en la Eucaristía, y renueva la batería en el sacramento de la alegría, la Confesión, para que, en Pascua de Resurrección, no seas cual sauce llorón.

Estemos vigilantes, centinelas del alma, que llega la luz del alba; Santa María, ‘Stella matutina’ (Estrella de la mañana), iluminará nuestros caminos, si se lo pedimos, haciéndolos más seguros y amables, porque Jesús nos dio a María, como otra luz y guía (“faro de navegantes”, “sol de alegría”); Ella nos esperará, maternalmente, y “naturalmente”, en ‘Porta coeli’, la (Puerta del cielo).

Después de visto lo visto, si te crees tan listo que pasas de la luz de Cristo, pues, ¡apaga y vámonos!

QUÉ TE PARECE: “La Luz es nuestra luz, y por Jesús, que es nuestra luz, nosotros damos luz y debemos darla; si no, no habrá luz y todo serán tinieblas.

Dar luz es unirse a la Luz, y unirse a la Luz, es tener y usar de los sacramentos, que son la luz del mundo.” (P. Jesús, Medit. 22 abril 2.020)