Saltar al contenido

Artículos - 3. página

Artículos TÚ DECIDES

A cada uno

A CADA UNO

Dios, que es nuestro bien, que es perfecta Bondad en la voluntad divina, sublime Amor que todo lo embellece; Dios, ama, consuela, ayuda, fortalece, anima, perdona… a cada uno.

A cada uno juzga individualmente, en el juicio particular. Es, pues, cada uno con Dios.

Narra la Biblia de Jesús, que: «Puesto el sol, todos cuantos tenían enfermos de cualquier enfermedad los llevaban a Jesús, y Él imponiendo a cada uno las manos, los curaba». (Lc 4, 40)

Tú puedes rezar, tú puedes «llevar a los demás» a Jesús, Dios, pero es Él quien «impone a cada uno» las manos para curarle. Es, entre cada uno y Dios.

Nadie puede confesarse por los pecados de otro. Piénsalo…

De la misma manera que tampoco pueden confesarse varias personas a la vez, como indica la Santa Madre Iglesia Católica -en el Código de Derecho Canónico-; la confesión ha de ser individual, excepto cuando por «peligro de muerte o necesidad grave», se permite hacer una confesión general, quedando firme la obligación de que «aquel a quien se le perdonan pecados graves con una absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible». (Cann. 961-963) ¿Por qué? Porque cada persona tiene que currárselo, no es sólo trabajo de Dios.

Hay que confiar en Dios, en su misericordia, en su pureza de bondad que ama, te ama, sin tener miedo a ir a pedirle perdón en la confesión, porque Él dijo a los apóstoles : «A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» (Jn 20, 23). De modo que acercarse al Santo Sacramento Penitencial, con arrepentimiento sincero y propósito de no volver a pecar, nos garantiza que Dios nos va a perdonar de manera absoluta, de manera perfecta, -es Dios-, derramando sobre cada uno las llamas de su inflamada Misericordia.

A Santa Faustina Kowalska, Dios le aseguró que su misericordia jamás se agotará, y ella, en su Diario «La Divina Misericordia en mi alma», escribe que también le dijo: «Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas humanas. (…) La desconfianza de las almas desgarra Mis entrañas.»

Acepta la Misericordia de Dios al ir a buscarla en el Sacramento de la Confesión.

La expresión: «que Dios tenga misericordia de mí», ha de preceder a la de: «voy a buscar en la confesión, la misericordia de Dios para mí», ya que está intrínsecamente unido el acto de apelar a la misericordia de Dios, con el de ir a recogerla en el Sacramento Penitencial, el Sacramento de la Misericordia (que Él mismo instituyó); ¿cómo vamos a quedarnos a medio camino, deseando «que Dios me perdone», sin ir yo a recibir su perdón en la confesión?

Entonces, cuando recemos para los demás: «Que Dios tenga misericordia de él/ella» añadamos la otra parte -sumamente importante- de: «que él/ella reciba la misericordia de Dios en la confesión», porque Dios derrama su misericordia, pero, ¿cuántos la aceptan yendo a recogerla en la confesión?

Recemos para nosotros y para los demás; la oración ayuda, y Dios, por nuestra oración, ayuda a los demás. Pidamos a Dios por la conversión y salvación del mundo. Porque, como dice mi padre: «no hay salvación sin conversión», aunque la conversión tenga lugar instantes previos a la muerte. Dios nos quiere tanto, tanto, que llama a cada uno a la conversión, en muchísimas ocasiones.

Dios no es malo, es Bondad infinita, Dios no manda a nadie al infierno; es la retribución de cada uno por sus libres obras. Puede el mayor pecador de la historia, hacer una buena confesión y estará completamente perdonado; ¿cuántos de los que están «en primera fila» en el Cielo no lo estarían de no haberse acogido a la misericordia de Dios en vida, por confesarse? «(…) los publicanos y las meretrices os preceden en el Reino de Dios» dice Jesús en la Biblia, al referirse a que muchos pecadores se convierten y cumplen la voluntad de Dios (cf. Mt 21, 28-32).

Dios ve el corazón… y ve, si es un corazón coherente, que recoge en la confesión  la misericordia que pide en oración. Dios precisamente, desea -y dio su vida por ello- la salvación de todas las personas del mundo. Nadie supera a Dios en el deseo de la salvación de las almas, y… ¿hay algo más fácil que recibir el perdón y consuelo de Dios, y con ello su Gracia Santificante, por confesar lo malo que se haya hecho, dicho y pensado, ante un sacerdote católico en confesión, y todo, absolutamente de forma gratuita, cuantas veces haga falta?

Pongamos de nuestra parte, porque por parte de Dios, todo bien es obtenible, siendo Dios tan maravilloso como es.

Dios ama inmensamente a cada alma, con toda su potencia, la quiere con Él en el Cielo eterno, por ese motivo lo creó. Por ese motivo de amor, te creó, y vino al mundo para salvarte.

A ti, que te sientes a veces olvidado, que necesitas absolución, por cuanto malo hayas hecho, dicho o pensado, recibes, tú… niño desconsolado, en el nombre de Dios Padre,

de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, el perdón perfecto, divino, unitario, el «Yo te perdono», de Aquel que dijo: «Haya Luz», y empezó la Creación.

En la confesión recibes, por los méritos de Dios Hijo, el rescate, y vuelves a estar en su Santa Gracia y amparo, Dios Espíritu Santo te consuela, te da dones; ¡no estás solo! ¡no estás sola!

¡Nadie es capaz de quererte más que Dios!

¿No ves cuánto amor tiene Dios, Jesús, por ti? Eres tú, su querido niño, su querida niña;

todo el rato piensa en ti, te ama, te busca, te espera, te levanta, te consuela… Él cuenta contigo, Dios tiene un plan para ti, y es necesario que estés en su Gracia para llevarlo a cabo.

Gracias Dios mío, por el Santo Sacramento de la Confesión. ¡Viva la misericordia eterna del Señor!

«Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo — de gracia habéis sido salvados —» (Ef 2, 4-5).

 

Patricia Bellido Durán

© copyright

         

Tiendes al mal, pero tu vocación es la santidad

TIENDES AL MAL, PERO TU VOCACIÓN ES LA SANTIDAD

El bautismo nos borra la culpa del pecado original, aún así, nuestra tendencia es al mal, y necesitamos de Dios, porque: «No hay sobre la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque» (Qo 7, 20), pero la verdadera vocación de cada ser humano, es la santidad, y sólo caminando en esa dirección podemos ser felices; ¡tú puedes ser santo! ¡Sí! Es la vocación que está enraizada en tu ser. La lucha por la santidad es el método eficaz al sentido pleno de tu realización como persona, es la puerta de tu felicidad, es la única opción que te dará paz.

Preguntaron los discípulos a Jesús: «¿quién puede salvarse?», y Jesús con su limpia mirada fija en ellos, les respondió: «Para los hombres es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible» (cf. Mc 10, 26-27).

Por tanto, la cuestión fundamental es no sólo tomar conciencia de que únicamente en la santidad radica el cumplimiento de nuestra existencia por amor a Dios, sino que el principal requisito para llevarlo a cabo, es la ayuda de Dios, pues por uno mismo, es imposible salvarse, ser santo, como afirmó Jesús «imposible para los hombres» pero «posible para Dios».

Vemos pues que aquí no se trata de que «sólo quien tenga talento y capacidad puede cantar», como diciendo que «sólo sea santo quien no le cueste, porque yo tengo inclinación al mal y dificultad para la santidad, por eso mi vocación está allí donde impera mi tendencia», no, aquí, en la tierra, aunque tú no puedes por ti mismo ser santo, tendrás que «montártelo» para serlo, porque es la única solución a todas las ecuaciones e incógnitas de tu vida y de tu muerte: de Dios salió tu alma, y a Dios, ella va a volver; tu alma tiene sed de la Fuente que le dio vida, y sediento andarás, con nada del mundo te saciarás, porque tu verdadera vocación es la santidad. ¡Con Dios todo lo puedes! ¡Es Cristo quien te fortalece! Recobra el ánimo hermano, ¿acaso estás sólo? Dios va contigo, si estás en su gracias santificante, sí, esa que hace temblar a los demonios, esa que mira con agrado el bello corazón de María Inmaculada, sí, esa que encuentras en la confesión y los sacramentos, esa que conservas por la oración y el cumplimiento de los mandamientos; ¿no querías ser feliz? Tómatelo en serio, ¡sigue tu verdadera vocación! ¡¡Ánimo!! ¡Dios te ama a ti! Él te ayuda; tú vuelve a levantarte cada vez que caigas y revístete de nuevo con su Santa Gracia Divina y poderosa; ¿que temes la tentación? Escucha lo que le dijo Dios  a San Pablo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza» (2 Co 12, 9). Sigue adelante, sigue levantándote, sigue tu verdadera vocación.

Tú decides.

 

Patricia Bellido Durán

© copyright

         

¿Quién merece por justicia entrar en el Reino del Cielo?

¿QUIÉN MERECE POR JUSTICIA ENTRAR EN EL REINO DEL CIELO?

Justicia divina, de la plena; la verdadera. Justicia que premia y castiga; ¿la quieres para ti? «Juzgará Dios por Jesucristo las acciones secretas de los hombres». (Rom 2, 16)

¿Quién, por sola justicia, se merece entrar en el Reino del Cielo, y permanecer, no por un momento, sino eternamente, en contacto directo con Dios Creador, Omnipotente, Amor incalculable, Bondad sin mancha? «…Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y ahora son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención operada por Cristo Jesús». (Rom 3, 23-24)

¿Acaso no es sino por misericordia infinita, que Dios nos absuelve de nuestros pecados en la confesión sacramental bien hecha?

Entonces, si no fuera por su misericordia, ¿quedarías impune de tus pecados? …Si de matar o robar solamente se tratase, por qué dijo Jesús: «Yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio, el que le dijere “raca” será reo ante el sanedrín, y el que le dijere “loco” será reo de la gehenna de fuego» (Mt 5, 22). De hecho, son todos los Diez Mandamientos, requisito a cumplir para poder entrar en la Tierra Celestial, el Reino de Dios, que dijo:  «acordándoos de mis preceptos y poniéndolos por obra, seréis santos a vuestro Dios» (Num 15, 40).

Ay… ¿Quién no necesita de la misericordia de Dios? ¿Y de su ayuda y su gracia santificante? Él dice: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). Entonces, pongámonos primero en manos y en gracia de Dios, y a continuación, hagámoslo todo, todo cuanto podamos, poniendo de nuestra parte, nuestra voluntad y nuestras obras. Pongamos el cuello, nos jugamos el Cielo, no millones de años, no, aquí hablamos de «vida eterna»(cf. Jn 10, 28 y Jn 3,16), sí, de Eternidad ilimitada.

Necesitamos de su misericordia y de su inmensa ayuda divina; deseémosla y busquémosla en la absolución de la confesión y en los sacramentos.

¿Amas al prójimo? Pues por consiguiente, deséalo también para otros; nosotros no salvamos a los demás, nuestra misericordia no salvará al pecador, sino la misericordia de Dios, cuando el pecador se la pida contrito. Por tanto, cuando en verdad se tiene misericordia para con los demás, lo que se hace es desear y rezar para que todos se acojan a la misericordia y gracia de Dios, a través de la confesión y sacramentos. Repito, la verdadera misericordia, es remitir a la misericordia Divina.

Dile, a aquel que después de haber pecado, busca en ti la comprensión y un hombro sobre el que llorar, que lo que necesita es la misericordia de Dios, que todo lo renueva. No te hagas tú juez, absolviendo lo que sólo Dios puede absolver; tú perdona a todos, pues no saben lo que hacen -y protégete del malvado-, pero… tanto condenar como salvar, eso, eso es cosa entre cada alma y Dios.

«Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy misericordioso» (Ex 22, 26).

 

Patricia Bellido Durán

© copyright

         

Dios te da la oportunidad de estar con Él

DIOS TE DA LA OPORTUNIDAD DE ESTAR CON ÉL

Muchos de los discípulos de Jesús dejaron de seguirle en cuanto Él, en la sinagoga de Cafarnaúm, dijo públicamente que quien comiera su carne y bebiera su sangre estaría unido a Él, y que quien lo hiciera tendría vida eterna, porque dijo: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne (…) Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él (…) En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día (…) el que me come vivirá por mí». (cf. Juan 6, 48-59).

Sí, Jesús está realmente presente en la Sagrada Hostia Consagrada; está en cuerpo, alma, sangre y divinidad. Jesús está en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Jesús permite la libertad a todos; Él mismo les preguntó a sus doce apóstoles, -acto seguido de que muchos le abandonaran por lo que dijo-, «¿Queréis iros vosotros también?», a lo que Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». (1)

Entonces, ¿te sientes acaso solo y abandonado de Dios? Ve a comer su bendita carne y beber su redentora sangre en la comunión, en Misa, porque allí está. ¿Cómo va a abandonarte Dios, si eres tú quien rechazas la oportunidad que Él te da, de estar contigo?

En la existencia humana, lo único que aplaca la verdadera sed, lo único que te permite ser, lo que viniste a ser realmente, es recibir a Dios, es estar unido a Dios.

Si no vas a Dios, no es posible ser realmente feliz, ni aquí, ni en el más allá…

Pregúntate como Pedro: Señor, ¿a quién iremos?, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna.                                                                                            

_____________

 (1) Jn 6, 67-68

Patricia Bellido Durán

© copyright

         

Servir

SERVIR

No somos más que criaturas del Señor, y en su crianza estamos, y bajo sus cuidados prosperamos. Desentenderse de esta realidad nos hacer orgullosos y soberbios. Hemos nacido para servir a nuestro Creador, y amarlo y respetarlo. Y sólo desarrollando este cumplimiento, se halla en plenitud el sentido de la vida, de esta vida que Dios, con su santo aliento, nos insufló.

Al final de la vida misma, se está, eternamente, glorificando y sirviendo a Dios, o esclavizados al Demonio. Vemos pues, que el hombre, la persona, no sólo tiende, sino que siguiendo instintivamente su inclinación, sirve.

¿Servir a qué, a quién?

No reside en la naturaleza de criatura humana, el adorarse y servirse a uno mismo haciéndose dios de sí y de otros; tampoco se puede “servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al dinero”(1).

Sí, hasta los ángeles sirven a Dios, y en este servir suyo, ayudan y sirven al hombre, con miras a su santidad.

La criatura humana más bella del Señor, la Inmaculada Concepción, la más pura, la más santa, exclamó: “soy la esclava del Señor”(2); hagamos como Ella, la gloriosa Madre de Dios; y sea nuestra forma de vida y de pensar, eco proclamado del mismo “Serviam” que declaró la Santísima Virgen, y que rechazó Satanás.

…¿O quieres acabar como él?

Tú decides.

Patricia Bellido Durán

© copyright

         

_____________

     (1) Lc 16,13

     (2) Lc 1, 38.