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Luchar contra uno mismo

    LUCHAR CONTRA UNO MISMO

Existen muchas tentaciones. El mundo, el demonio y la carne son los tres enemigos del alma; nosotros mismos somos muchas veces nuestros propios enemigos cuando consentimos las tentaciones provocadas por nuestro temperamento, por nuestro carácter o por nuestra inclinación al mal.

El hombre comete el mal, cae en la tentación. ¿Por qué?

Unos, luchan contra la tentación y no caen, mientras que otros, ni siquiera la consideran «tentación».

La aceptan, de entrada, como venida por un instinto, sin mostrar oposición alguna, sin ni siquiera discurrir el verdadero motivo por el que caen en esa tentación, considerándolo como arrebatos de su carácter, como consecuencias de «ser ellos mismos» por dar rienda suelta a su temperamento, porque «yo soy así y nadie es perfecto», porque «tengo que seguir a mi corazón», porque «este es mi temperamento».

Y no…, no te engañes; para «ser uno mismo» no se trata de acatar los malos impulsos del temperamento. Tu «verdadero yo», está unido a tu Creador, está enlazado al Sumo Bien.

Seguir todas tus inclinaciones, no te hará ni feliz ni santo; hay que vencerse y superarse, por eso también hay que luchar contra uno mismo.

El carácter lo forjamos y modificamos cada uno porque de hecho, el carácter sí se puede cambiar, pero el temperamento no se puede cambiar, y por eso tenemos que luchar contra aquellas cosas de nuestro temperamento que nos hacen tropezar en el camino de la santidad. Porque yo sé que tú también quieres perfeccionarte para ser mejor en correspondencia al amor de Dios.

Grandes santos han tenido luchas colosales, ¡lucha!, porque nadie, nadie nace santo, y te espera la Gloria o las Tinieblas. Refiriéndose a las batallas que sostenía San Jerónimo consigo mismo, dice el Padre Jesús: «no todos apreciaron en él la lucha formidable, la batalla increíble que luchaba consigo mismo, sino más bien veían esa falta de tacto que tienen algunos santos, que si no fuera por la Gracia misma de Dios, serían muy pecadores. Pero aunque es por la Gracia de Dios, esta Gracia no cambia el temperamento del Santo»1.

Tu temperamento, contra el que tienes que luchar (controlándolo), lo tendrás siempre, sin embargo lo que nunca te va a faltar es la ayuda de Dios y su Gracia, si inteligentemente, vas a buscarla allí donde está, en los sacramentos de la Iglesia Católica que vino a fundar Dios en Jesús.

Dios confía en ti. ¡Con Dios tú puedes!

Que Dios Padre se plazca en tu lucha colosal y diga orgulloso de ti: «este es un hijo amado en quien me complazco».

¡Viva la voluntad! Tú puedes controlar tu temperamento y cambiar tu carácter, mejorándolo cada día. Da la bienvenida a tu nueva vida que resplandece en cada deseo tuyo de mejorar. Lucha por tu santidad, ¡a por ello hermano! Te quiero mucho. 

Patricia Bellido Durán

© copyright

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1Cf. Meditación de la Biografía de San Jerónimo por el P. Jesús de CatholicosOnLine

http://www.santodeldiaadia.net/santoral-meditado/

Deja a Dios transformar tu vida

    DEJA A DIOS TRANSFORMAR TU VIDA

Permite a Dios transformar tu vida; ¿no hará Dios cosas grandiosas?

Dios te deja libre. Pero si tú decides libremente, dejar que Dios actúe con total libertad dentro de ti, ¡el Camino, la Verdad y la Vida se abrirán paso en tu interior y reinarán en tu alma!

Por muchos planes que hagas, ni una sola cana podrás cambiar, ¿qué intentas controlar?, ¿lo incontrolable? Sólo Dios “aun los cabellos todos de nuestra cabeza tiene contados”1.

No te cierres a Dios, porque no serás verdaderamente libre. Ponte en sus manos al contarle tus problemas y tus peticiones, y vive la vida de la gracia para que su Santo Espíritu te guíe en cada circunstancia.

¡Vive en equipo con Dios! Solamente así podrás mover montañas, cruzar en seco el mar dividido por Dios; alimentarte, en el desierto de tu agonía, con su maná que da fuerza y da vida, luchar contra el enemigo con la ayuda de su brazo poderoso, y ser guiado cada día por su columna de fuego de amor.

Cede a lo que Dios quiere, y serás libre… serás santo; invencible.

Patricia Bellido Durán

© copyright

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1 Cf. Mt 10, 30 (Sagrada Biblia)

La verdadera libertad

    LA VERDADERA LIBERTAD

En el Cielo seremos más libres que nunca porque la verdadera libertad es hacer siempre, y en todo, la voluntad de Dios, amándole.

La verdadera libertad es hacer lo que Dios quiere, y no hacer lo que Dios no quiere. Entonces, ¿no somos libres cuando hacemos el mal? No, somos esclavos y no libres, y es la Verdad la que nos hace libres1; y es Jesús “el Camino, la Verdad y la Vida”2, mientras que el Demonio es el padre de la mentira; ¿cómo puede alguien ser libre haciendo el mal, sucumbiendo a la mentira? Ese alguien usa mal de su libertad, ejerciendo así el libertinaje.

Gracias a la libertad, nuestra voluntad puede unirse a la voluntad de Dios.

Y es por su Santa Voluntad que somos libres, que podemos elegir en qué poner nuestra voluntad, o incluso consentir que otros elijan por nosotros.

Dice la Iglesia Católica en su número 1743 del catecismo: “Dios […] ha querido “dejar al hombre […]en manos de su propia decisión” (Si 15,14), para que pueda adherirse libremente a su Creador y llegar así a la bienaventurada perfección (cf GS 17, 1).”

Dios es libre y todo lo ha hecho bien, Dios no hace el mal por no obligar a ser bueno a aquel que quiere ser malo. Y aunque no es voluntad de Dios el mal que ejecutan las personas, sí que es su voluntad el permitir que todas las personas sean libres, para que por sus obras demuestren qué desean, y reciban recompensa o castigo, Cielo o Infierno.

Sí, tiene explicación el mal en este mundo, empezando por el mal que introdujo la muerte y el dolor en este mundo, me refiero al mal del pecado primero, el de Adán y Eva, perpetrado por su libre voluntad individual.

Dios te prueba, sí, la vida es una prueba de amor continua, y Dios te prueba permitiéndote ser libre, no por un día o dos, sino por todos los días de tu vida.

¡Esta libre voluntad individual es nuestro gran tesoro!, porque a Dios le basta un sincero “sí” de corazón, para hacer en ti maravillas con su Gracia y Amor. No necesitas más que pronunciar tu voluntad con un honesto: “Jesús mío y Dios mío, te necesito, ayúdame, yo solo no puedo”, para que el dedo todopoderoso de Dios empiece a obrar milagros en tu vida. No estás solo en medio de una jungla de libertades individuales, muchas mal usadas, no, Dios te cuida y te protege, y es real la Divina Providencia.

Tú une tu voluntad a la de Dios, y mientras otros hacen el mal debido a ser libres, y ese mal te perjudica a ti, tú… tú permanece fiel al Señor, porque va a llegar para ti su auxilio divino y reconfortante. No puedes pedir a Dios que quite la libre voluntad individual a los malos, pero sí puedes pedirle que, con su libertad de Dios, obre prodigios.

Somos verdaderamente libres al cumplir la voluntad de Dios, y Dios tiene puesta su voluntad en el bien, en el amor, en lo correcto, en cada uno de los Diez Mandamientos.

Decide tu libertad, tú decides.

Patricia Bellido Durán

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1 Cf. Jn 8, 32 (Sagrada Biblia)

2 Cf. Jn 14, 6 (Sagrada Biblia)

¡Escucha la alerta!

¡ESCUCHA LA ALERTA!

     Nuestro sistema nervioso sensitivo nos alerta mediante el dolor, cuando algo en nuestro cuerpo no marcha bien, (por ejemplo en los síntomas de una enfermedad o de una lesión física).

     Pero imaginemos que no tuviéramos estas «alertas», entonces no podríamos prevenirnos y poner remedio antes de que empeorásemos.

     Podemos aplicar el símil a nuestra alma, ¿has perdido tú las «alertas» de tu conciencia?

     ¿Te ocurre que por costumbre, por impulso casi automático, consientes sentimientos, pensamientos e ideas que enferman tu alma? Y ya ni sientes las «alertas» para prevenir; consientes el mal sin ni siquiera haber luchado en tu interior.

     Nadie está libre de tentaciones, y si además no escuchas en tu interior a tu conciencia, si no detectas la tentación ni emprendes una lucha contra ella, sino que por impulso ante la circunstancia, hablas sin caridad, actúas sin pensar, siguiendo tus instintos, movido por la tendencia al mal y por la mala costumbre de vivir, hablar y pensar con prisas, lo único que llegas a detectar es el resultado: «he pecado, ¡ni siquiera estuviste alerta a tus síntomas!

     Hay sordos que lo son, no por ningún defecto de oído, sino porque primero, no quisieron oír, y ya luego, a fuerza de costumbre, no se acuerdan de cómo oír, y viven sin felicidad, por su sordera.

     Dice la Santa Madre Iglesia que: «La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre»1.

     Una cosa es la ignorancia involuntaria, y otra cosa es que si tú te acostumbras a no escuchar, formar y seguir tu conciencia, podría ocurrir que justificaras tu proceder, tus pecados y faltas, porque siempre hallarías algún motivo aparente para haber hecho lo que hiciste. Y por añadidura, el demonio ya se ocupa también de inventar motivos justificados en la mente de cada uno para pecar.

     Sin embargo tienes que saber que Dios no permite para nadie, tentación superior a sus fuerzas; si tienes una tentación es porque la puedes superar, y con ello, demostrar a Dios tu amor, tu fidelidad.

     Te aseguro que una vez superada la tentación, el sentimiento de fidelidad a Dios es maravilloso, y crea un vínculo de «complicidad con Dios» espectacular.

     Sentir eso te da mucha alegría y te renueva las fuerzas para la próxima tentación, que llegará sí o sí, porque hasta que mueres, el demonio se las ingenia para que caigas en alguna, ¡no hay tregua! …Te analiza y rasca entre tus debilidades, pero si llevas a Santa María en tu mente y corazón,  y te vigilas a ti mismo, lo que dices, haces y piensas, le es mucho más difícil. Tienes muchas armas y sacramentos para combatir el mal, ¡úsalos!, ¡católico!

     Si caes, confiésate, como buen hijo arrepentido, y tu Papá, Dios, tu Salvador, volverá a ti, cubriéndote con su Santa Gracia. ¡No puedes imaginarte cuánto te ama Dios!

     Adquiere la bendita costumbre de escuchar a tu conciencia, porque no sólo sirve para decirte «has pecado», sino también para alertarte antes: «esto está mal, no cedas a ello, no lo digas, no lo hagas, aparta ese pensamiento», y si sigues esa alerta de tu conciencia y no consientes, ¡ganas con la ayuda de Dios!

     Hermano, ten una vida de paz interior, para que, cuando la conciencia te alerte, ¡puedas guerrear contra la tentación!  

 

Patricia Bellido Durán

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1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 1860