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Artículos Patricia Bellido Durán - 3. página

Tiendes al mal, pero tu vocación es la santidad

TIENDES AL MAL, PERO TU VOCACIÓN ES LA SANTIDAD

El bautismo nos borra la culpa del pecado original, aún así, nuestra tendencia es al mal, y necesitamos de Dios, porque: «No hay sobre la tierra nadie tan justo que haga el bien y nunca peque» (Qo 7, 20), pero la verdadera vocación de cada ser humano, es la santidad, y sólo caminando en esa dirección podemos ser felices; ¡tú puedes ser santo! ¡Sí! Es la vocación que está enraizada en tu ser. La lucha por la santidad es el método eficaz al sentido pleno de tu realización como persona, es la puerta de tu felicidad, es la única opción que te dará paz.

Preguntaron los discípulos a Jesús: «¿quién puede salvarse?», y Jesús con su limpia mirada fija en ellos, les respondió: «Para los hombres es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible» (cf. Mc 10, 26-27).

Por tanto, la cuestión fundamental es no sólo tomar conciencia de que únicamente en la santidad radica el cumplimiento de nuestra existencia por amor a Dios, sino que el principal requisito para llevarlo a cabo, es la ayuda de Dios, pues por uno mismo, es imposible salvarse, ser santo, como afirmó Jesús «imposible para los hombres» pero «posible para Dios».

Vemos pues que aquí no se trata de que «sólo quien tenga talento y capacidad puede cantar», como diciendo que «sólo sea santo quien no le cueste, porque yo tengo inclinación al mal y dificultad para la santidad, por eso mi vocación está allí donde impera mi tendencia», no, aquí, en la tierra, aunque tú no puedes por ti mismo ser santo, tendrás que «montártelo» para serlo, porque es la única solución a todas las ecuaciones e incógnitas de tu vida y de tu muerte: de Dios salió tu alma, y a Dios, ella va a volver; tu alma tiene sed de la Fuente que le dio vida, y sediento andarás, con nada del mundo te saciarás, porque tu verdadera vocación es la santidad. ¡Con Dios todo lo puedes! ¡Es Cristo quien te fortalece! Recobra el ánimo hermano, ¿acaso estás sólo? Dios va contigo, si estás en su gracias santificante, sí, esa que hace temblar a los demonios, esa que mira con agrado el bello corazón de María Inmaculada, sí, esa que encuentras en la confesión y los sacramentos, esa que conservas por la oración y el cumplimiento de los mandamientos; ¿no querías ser feliz? Tómatelo en serio, ¡sigue tu verdadera vocación! ¡¡Ánimo!! ¡Dios te ama a ti! Él te ayuda; tú vuelve a levantarte cada vez que caigas y revístete de nuevo con su Santa Gracia Divina y poderosa; ¿que temes la tentación? Escucha lo que le dijo Dios  a San Pablo: «Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza» (2 Co 12, 9). Sigue adelante, sigue levantándote, sigue tu verdadera vocación.

Tú decides.

 

Patricia Bellido Durán

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¿Quién merece por justicia entrar en el Reino del Cielo?

¿QUIÉN MERECE POR JUSTICIA ENTRAR EN EL REINO DEL CIELO?

Justicia divina, de la plena; la verdadera. Justicia que premia y castiga; ¿la quieres para ti? «Juzgará Dios por Jesucristo las acciones secretas de los hombres». (Rom 2, 16)

¿Quién, por sola justicia, se merece entrar en el Reino del Cielo, y permanecer, no por un momento, sino eternamente, en contacto directo con Dios Creador, Omnipotente, Amor incalculable, Bondad sin mancha? «…Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios, y ahora son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención operada por Cristo Jesús». (Rom 3, 23-24)

¿Acaso no es sino por misericordia infinita, que Dios nos absuelve de nuestros pecados en la confesión sacramental bien hecha?

Entonces, si no fuera por su misericordia, ¿quedarías impune de tus pecados? …Si de matar o robar solamente se tratase, por qué dijo Jesús: «Yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio, el que le dijere “raca” será reo ante el sanedrín, y el que le dijere “loco” será reo de la gehenna de fuego» (Mt 5, 22). De hecho, son todos los Diez Mandamientos, requisito a cumplir para poder entrar en la Tierra Celestial, el Reino de Dios, que dijo:  «acordándoos de mis preceptos y poniéndolos por obra, seréis santos a vuestro Dios» (Num 15, 40).

Ay… ¿Quién no necesita de la misericordia de Dios? ¿Y de su ayuda y su gracia santificante? Él dice: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). Entonces, pongámonos primero en manos y en gracia de Dios, y a continuación, hagámoslo todo, todo cuanto podamos, poniendo de nuestra parte, nuestra voluntad y nuestras obras. Pongamos el cuello, nos jugamos el Cielo, no millones de años, no, aquí hablamos de «vida eterna»(cf. Jn 10, 28 y Jn 3,16), sí, de Eternidad ilimitada.

Necesitamos de su misericordia y de su inmensa ayuda divina; deseémosla y busquémosla en la absolución de la confesión y en los sacramentos.

¿Amas al prójimo? Pues por consiguiente, deséalo también para otros; nosotros no salvamos a los demás, nuestra misericordia no salvará al pecador, sino la misericordia de Dios, cuando el pecador se la pida contrito. Por tanto, cuando en verdad se tiene misericordia para con los demás, lo que se hace es desear y rezar para que todos se acojan a la misericordia y gracia de Dios, a través de la confesión y sacramentos. Repito, la verdadera misericordia, es remitir a la misericordia Divina.

Dile, a aquel que después de haber pecado, busca en ti la comprensión y un hombro sobre el que llorar, que lo que necesita es la misericordia de Dios, que todo lo renueva. No te hagas tú juez, absolviendo lo que sólo Dios puede absolver; tú perdona a todos, pues no saben lo que hacen -y protégete del malvado-, pero… tanto condenar como salvar, eso, eso es cosa entre cada alma y Dios.

«Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy misericordioso» (Ex 22, 26).

 

Patricia Bellido Durán

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Dios te da la oportunidad de estar con Él

DIOS TE DA LA OPORTUNIDAD DE ESTAR CON ÉL

Muchos de los discípulos de Jesús dejaron de seguirle en cuanto Él, en la sinagoga de Cafarnaúm, dijo públicamente que quien comiera su carne y bebiera su sangre estaría unido a Él, y que quien lo hiciera tendría vida eterna, porque dijo: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne (…) Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él (…) En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día (…) el que me come vivirá por mí». (cf. Juan 6, 48-59).

Sí, Jesús está realmente presente en la Sagrada Hostia Consagrada; está en cuerpo, alma, sangre y divinidad. Jesús está en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Jesús permite la libertad a todos; Él mismo les preguntó a sus doce apóstoles, -acto seguido de que muchos le abandonaran por lo que dijo-, «¿Queréis iros vosotros también?», a lo que Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». (1)

Entonces, ¿te sientes acaso solo y abandonado de Dios? Ve a comer su bendita carne y beber su redentora sangre en la comunión, en Misa, porque allí está. ¿Cómo va a abandonarte Dios, si eres tú quien rechazas la oportunidad que Él te da, de estar contigo?

En la existencia humana, lo único que aplaca la verdadera sed, lo único que te permite ser, lo que viniste a ser realmente, es recibir a Dios, es estar unido a Dios.

Si no vas a Dios, no es posible ser realmente feliz, ni aquí, ni en el más allá…

Pregúntate como Pedro: Señor, ¿a quién iremos?, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna.                                                                                            

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 (1) Jn 6, 67-68

Patricia Bellido Durán

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Servir

SERVIR

No somos más que criaturas del Señor, y en su crianza estamos, y bajo sus cuidados prosperamos. Desentenderse de esta realidad nos hacer orgullosos y soberbios. Hemos nacido para servir a nuestro Creador, y amarlo y respetarlo. Y sólo desarrollando este cumplimiento, se halla en plenitud el sentido de la vida, de esta vida que Dios, con su santo aliento, nos insufló.

Al final de la vida misma, se está, eternamente, glorificando y sirviendo a Dios, o esclavizados al Demonio. Vemos pues, que el hombre, la persona, no sólo tiende, sino que siguiendo instintivamente su inclinación, sirve.

¿Servir a qué, a quién?

No reside en la naturaleza de criatura humana, el adorarse y servirse a uno mismo haciéndose dios de sí y de otros; tampoco se puede “servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al dinero”(1).

Sí, hasta los ángeles sirven a Dios, y en este servir suyo, ayudan y sirven al hombre, con miras a su santidad.

La criatura humana más bella del Señor, la Inmaculada Concepción, la más pura, la más santa, exclamó: “soy la esclava del Señor”(2); hagamos como Ella, la gloriosa Madre de Dios; y sea nuestra forma de vida y de pensar, eco proclamado del mismo “Serviam” que declaró la Santísima Virgen, y que rechazó Satanás.

…¿O quieres acabar como él?

Tú decides.

Patricia Bellido Durán

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     (1) Lc 16,13

     (2) Lc 1, 38.

Dios te ama, Dios te rescata

DIOS TE AMA, DIOS TE RESCATA

Dios te ha soñado desde toda la eternidad; en su pensamiento estabas, y por eso te creó, porque tú eres muy «valioso a los ojos del Señor», y Él te dijo: «¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!» (Is 49, 5. 15). Dios infundió tu alma, en el momento de tu concepción, y tu alma es inmortal, y parte de la esencia divina, del Amor de Dios. Sí, tu alma inmortal, es una prueba viva del deseo de Dios, de vivir eternamente contigo en el Cielo.

Dios abrió el Cielo para que tú, tú, pases la eternidad junto a Él, dentro de Él, que es Amor, dejando que Él te ame, que entre su amor y te nutra eternamente, y tú… amándole, fusionándote en su amor a perpetuidad.

Dios te ama, a ti… sí; Dios te ama, a ti, tal y como sea tu forma de ser, ya que no es tu forma de ser, el motivo de su amor por ti.

Dios te ama dulcemente, intensamente, eternamente… tal y como eres.

«¿Y si hice muchos pecados?» …Dios te ama.

«¿Y si en mi pasado no me he esforcé lo suficiente en mejorar?» …Dios te ama.

«¿Pero cómo puede amarme, si hice esto y aquello?» …Dios te ama.

Dios vino a salvarte, y te salva, si le aceptas; acepta que Dios te ama, da igual cómo seas, TE AMA.

Acepta que Él voluntariamente murió por tus pecados y todo lo malo que hayas hecho, acéptalo.

Acéptalo… porque es de locos no aceptar la locura de amor que Dios hizo por ti, por reparar tus pecados, por tu salvación, por amor a ti.

Acéptalo, porque su bendita Madre, María, cuyo corazón fue traspasado por el dolor de ver a su Hijo agonizando cruelmente, sufre cuando no tienes en cuenta, que Jesús ha pagado con su muerte el rescate de tu alma, sí, de tu alma, que iría al infierno por tus pecados cometidos, pero que cada vez que vas a confesarlos ante un sacerdote, en secreto de confesión, renuevas el RESCATE de tu alma, lo recibes por los méritos de la muerte de Dios, Jesús, POR TI. Y ya no vas al infierno, que es a donde ibas a ir.

Es así, como se llega a ser santo, ¿o crees tú que los Santos no se han acogido al rescate de Jesús?… «Sin mí no podéis hacer nada» [1] dijo Jesús.

Sin Dios nada se puede. Pero recuerda que de la humildad, de la decisión, de los esfuerzos y perseverancia de cada uno, del dejarse ayudar por Dios y su gracia santificante, depende tu salvación; «el que perseverare hasta el fin, ése será salvo»[2]. No estás sólo, Dios te ayuda, Él te salva; sin Él, nada se puede. Con Dios, el Cielo no es el límite, sino el destino.

Dios te ama tal y como eres… pero Dios te ama demasiado como para dejarte tal y como eres…  te ama demasiado, como para no ayudarte a ser santo.

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[1] Jn 15, 5.

[2] Mt 24, 13.

Patricia Bellido Durán

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Salmo 139, 1-16: «Señor, tú me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí; una ciencia tan admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla.  ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás presente. Si tomara las alas de la aurora y fuera a habitar en los confines del mar, también allí me llevaría tu mano y me sostendría tu derecha. Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!», las tinieblas no serían oscuras para ti

y la noche será clara como el día. Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro; mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera».