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Artículos Patricia Bellido Durán - 2. página

Activa tu alma con la verdadera humildad

    ACTIVA TU ALMA CON LA VERDADERA HUMILDAD

     La verdadera humildad, es la verdadera verdad.

     Cuántas veces, justificándote, no verás tus obras y pensamientos a la luz de la Verdad, esto es, a la luz de la Humildad, sino que, embebido de orgullo no reconocido, no te considerarás ni perfecto ni pecador reo del infierno…

     ¿Pecador reo del infierno? Sí, las palabras de Jesús fueron: «Todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio, el que le dijere <<raca>> será reo ante el sanedrín, y el que le dijere <<loco>> será reo de la gehenna de fuego»1 y también dijo Jesús, Dios: «Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón»2.

     Vemos pues que no se trata de: «Yo no mato, no robo, soy bueno».    

     Se trata de ir más allá que cumplir además las «normas y leyes». Dijo Jesús: «No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a consumarla»3. Se trata de tener a Dios en el corazón, de amar de verdad.

     Dios es amor, por tanto, quien no ama ¿tiene a Dios en el corazón?; lo que tiene es el alma dormida, manchada o muerta.

     Que tu alma tenga vida, por vivir su participación en la naturaleza de Dios, que se nos da en el Bautismo, cuando por su Espíritu Santo, nos hacemos Hijos de Dios, y por esta filiación, partícipes de su naturaleza divina; y entonces aumenta la ‘imagen y semejanza’ de tu alma con Dios, tu Padre, tu Creador, por haberte bautizado.

     Se trata de vivir en Dios, de que lata el corazón de nuestra alma, que es esencia divina, parte de su Creador. 

    Se trata de no vivir sólo con el cuerpo, sino desarrollando el alma, que vive de amor a Dios, por conocerle; y que se renueva, recibiendo la absolución de los pecados en la confesión.

     ¡Despierta, alimenta tu alma!

     ¡Activa tu alma, siendo verdaderamente humilde!    

     A Dios le enternece el corazón humilde que le reconoce sus pecados y debilidades, pidiéndole ayuda, porque, ¿qué podríamos conseguir sin la ayuda de Dios? ¡Ni siquiera la santidad, la salvación de nuestras almas!

     Llénate de alegría cumpliendo la ley de Dios, los mandamientos, teniendo a Dios en el corazón, amándole con toda la potencia del alma, y amando a los demás como a nosotros mismos, tal como Dios Hijo, Jesús, nos mandó hacer porque nos quiere felices y santos.

     Tú eres mucho más que tu cuerpo, y si del cuerpo desconoces muchas de sus maravillas, ¡imagínate cuántas potencias y cualidades de tu alma no sabes!

     La Iglesia nos dice tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad. Y nos recuerda que: «Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna” 4.

     Activa tu alma, acepta el reto. Tú decides.  

 

Patricia Bellido Durán

© copyright

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1 Cf. Mt 5, 22 (Sagrada Biblia)

2 Cf. Mt 5, 28 (Sagrada Biblia)

3 Cf. Mt 5, 17 (Sagrada Biblia)

4 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 1703

Conciencia

CONCIENCIA

Dicen algunos que hay que ‘seguir a nuestro corazón’; ¿se refieren con eso a seguir a nuestra tendencia al mal?, ¿a obedecer a nuestro temperamento, tal cual?, ¿a someterse a nuestros instintos, y hacer lo que nos venga en gana?, ¿a amar y servir aquello que no debemos ni amar ni servir?

¿Por qué entonces estamos dotados con una conciencia y voluntad que nos diferencia de los animales?

Cuando el alma está unida a Dios, la conciencia es el corazón de esta alma, que latiendo por el Amor, obedece a la voz de Dios que resuena en su interior, para andar por los caminos de Bien, de Paz y Amor divinos.

Porque en la conciencia recta, la voz divina te señala el bien y el mal. Dice la Iglesia Católica que: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal […]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón […]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella1. 

Tenemos el deber y la necesidad de formar la conciencia, para que sea recta. 

La conciencia recta vela por tu ser, por «tu verdadero yo»; ilumina tu razón y eleva tu corazón a la alianza con Dios, por vivir en su Gracia, y «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí»2.

La conciencia la creó Dios, y como todo lo que creó «vio Dios que era bueno», por eso la conciencia lleva el sello de Dios…; sí, tú llevas el sello de Dios, y tu corazón humano necesita obedecer la voz divina que habla en tu conciencia.  ¿Cómo puede el hombre ser libre, si tiene que obedecer a su conciencia? Es que la conciencia es libre, cuando se hace esclava voluntaria de la ley de Dios inscrita en ella misma; ¿o es acaso un pez más libre cuando está fuera de «las leyes» del agua?

Si no se sigue la conciencia, se acalla la voz de Dios que guía, y como consecuencia, no satisfacemos la necesidad natural de estar unidos a Dios; y por ende no tenemos paz de conciencia, y nos volvemos infelices.

Haz examen de conciencia, y recibe los sacramentos, ¡pues Dios quiere guiarte y hacerte feliz! Y recuerda: para ser feliz, no sigas a tu «corazón», sigue a tu conciencia. O dicho de otra manera, primero ama a Dios «con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas»3, y entonces podrás seguir a ese corazón tuyo que, palpitando por el Amor, por la Verdad y por la Belleza -Dios-, obedece su clara y amorosa voz que resuena en tu conciencia. 

 

Patricia Bellido Durán

© copyright

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1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 1776

2 Cf. Gal 2, 20 (Sagrada Biblia)

3 Cf. Dt 6, 5 (Sagrada Biblia)

Salir de la infelicidad

SALIR DE LA INFELICIDAD

¿Cuántas veces buscando la felicidad, conseguimos todo lo contrario, ser infelices?

Cada uno percibe, inconscientemente, que será feliz al satisfacer cierta necesidad que siente de, por ejemplo:  «tener eso», «ser eso», «sentirse amado», «recuperar la salud», «no tener preocupaciones económicas», hasta un largo etcétera… y si satisface esa necesidad, experimentará la felicidad.

¿Pero qué ocurre cuando sacias necesidades falsas?… Cuando el mundo te crea «necesidades» que en realidad no tienes, estás insatisfecho, infeliz por no satisfacer lo que crees que necesitas tener, hacer, o incluso ser. Y si lo consigues, sigues infeliz porque al no ser una necesidad verdadera, no te sació realmente, o porque era una cosa mala, y la auténtica necesidad de tu ser, tu alma, es rechazarla, porque tú eres una obra divina de amor, y todo lo que Dios no querría para ti, no lo necesitas realmente; necesitas rechazarlo o elegir permanecer en la tristeza profunda del alma, cargando con necesidades fingidas.

Está claro que no está de moda en el mundo, satisfacer las verdaderas necesidades de tu ser, de tu alma… Muchas de esas «necesidades» que crea el mundo, no son precisamente cosas buenas; y ¿hay alguna persona mundana que sea realmente feliz? No. Hemos llegado al punto en el que el mundo convence al hombre de la necesidad de tener y hacer cosas malas, cosas que realmente apartan de Dios. Como dice el Catecismo: «tenemos que hacer frente a mentalidades de “este mundo” que nos invaden si no estamos vigilantes»1. Jesús mismo nos advirtió que el príncipe de este mundo es el Demonio2.  

El Santo Sacramento de la Confesión te libera de tu tristeza y sacia la auténtica necesidad de tu ser; volviendo a ponerte en Gracia de Dios, le vuelves a abrir tu corazón, tu alma a Dios, para que habite en ti y dejar así la infelicidad. ¡Haz la prueba!, y verás que es así, no por el hecho de «cumplir con normas» sino por el hecho de saciar tu verdadero ser y obtener paz de conciencia.

Aquello que realmente te aparta de la santidad, por pequeño que sea, no lo necesitas… ¡Quítatelo de la cabeza!, y recházalo, ya que no saciar la necesidad de rechazar el mal, te hace infeliz. Si lo necesitases de verdad, eso te haría feliz, y ya sabemos que si ofende a Dios y te aparta de Él, te hará infeliz; por tanto, no lo necesitas. Si lo necesitases de verdad, sería algo bueno,  y no una tentación, porque toda necesidad verdadera es buena a los ojos de Dios. «Es que necesito satisfacer mi orgullo, mi necesidad en la inclinación al mal», «es que necesito decirle cuatro cosas a tal persona sin caridad y con gritos», «es que necesito sexo antes de casarme»; eso no es una verdadera necesidad, lo que necesitas es sentir la Gracia de Dios, que te indica que Él vive en ti. Pero el demonio con sus artimañas, se ocupa de lavar el cerebro del hombre y convencerle hasta lo más profundo de su médula, que necesita lo que en realidad no necesita, para que caiga en el fuego de odio eterno, como pago de sus pensamientos, obras y palabras.

De lo malo, dite a ti mismo: «no lo necesito para ser feliz»… Es más, «para ser feliz necesito apartarlo de mí», y empezarás a ver la vida con otros ojos, los de la esperanza de la caridad en el verdadero Amor de Dios, que es el Bien y lo Bueno, y quiere para nosotros sólo el bien y lo bueno.

 

Patricia Bellido Durán

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1 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica nº 2727

2 Cf.  Jn 14, 30 y  Jn 16, 11 (Sagrada Biblia)

Eres alma

ERES ALMA

¿Qué es el hombre, la persona?  Su ser, su esencia, es lo que le da vida, esta alma encerrada en el cuerpo, esta ánima que Dios mismo le insufló después de formar el cuerpo con el «polvo de la tierra y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado» (Gn 2, 7). Este aliento «de vida», -el alma-, dio vida al cuerpo, tú eres vida, tú eres alma, y tienes tu cuerpo, pero «ser»; eres alma, vida, tú eres inmortal, porque tu alma es inmortal, tú no vas a morir, lo que muere es tu cuerpo, y cuando muere el cuerpo es porque el alma, que es la vida «que lo sostenía», ha salido del cuerpo para ir a encontrarse con Dios. Tú, tú no vas a estar ni por un instante «en la nada» porque: o estás en el mundo, o estás en el Purgatorio, o en el Cielo, o en el Infierno (después del Juicio Particular sobre tu vida), por tanto lo que es «ESTAR», estarás siempre aquí o allí, tú no dejarás jamás de existir… Tú no mueres, tú, por ejemplo, no dejas jamás de «sentir», sentirás  -por toda la eternidad-, el amor de Dios en el Cielo, o el odio del Maligno en el infierno; sentirás y vivirás, según tu voluntad y decisiones, una cosa u otra, pero «algo» vivirás tú, tu alma, sí o sí, es de fe.

Aquí en la tierra, la ocupación del Demonio es la de apartar de Dios a cuantas más almas mejor, ¿y no está clara la necesidad de tu alma de estar unida a su Creador que le dio la vida?

Cuanto más unido estés a Dios, más feliz serás. Tal como dice el Padre Jesús: «el alma no puede ser feliz fuera de Dios»1.

Piénsalo… eres feliz cuando satisfaces la necesidad, de aquello que realmente necesitas.

Entonces, tú, lo que ERES tú, ¿qué necesitas realmente? Hasta que no tengas la certeza de tu necesidad de Dios, del bien y lo bueno, asimismo como tu necesidad de apartar de ti el mal y lo malo, no podrás ser feliz. Porque tu alma necesita, repito, NECESITA, rechazar el mal, venga de donde venga, porque tu alma es fruto del Sumo Bien.

Cuán feliz es el niño que después de operarse ya puede oír y disfrutar de los sonidos, mientras que aquellos con el oído siempre en buen estado, no sienten esa felicidad cada vez que oyen, porque nunca experimentaron la necesidad de oír, y no sintieron la satisfacción de la necesidad cumplida, que regala esa felicidad en la posesión del bien deseado. 

Imagina la indescriptible felicidad que sentiremos en el Cielo, al poseer por completo nuestra principal necesidad, al Sumo Bien, a Dios mismo, estando fusionados con su Divina Esencia, encendidos en su Gloria, para toda la eternidad palpitante, sin tiempo… 

Cuando cumples con la misión a la que Dios te llama; la santidad, es cuando te realizas como alma, es cuando eres feliz, porque satisfaces tu necesidad de santidad, satisfaces  la necesidad de tu ser, satisfaces el sentido de tu existencia; vivir para demostrar a Dios tu amor, superando las pruebas, y entonces ir a Él, para siempre. Satisfaciendo tu principal necesidad y evitando las necesidades falsas que te llegan a través del mundo, el demonio y la carne,  vas a ser inevitablemente feliz, estando en paz.

 

Patricia Bellido Durán

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1 Cf. Meditación de la Biografía del Beato Tomás de Kempis, por el P. Jesús de CatholicosOnLine

http://www.santodeldiaadia.net/30-de-agosto-beato-tomas-de-kempis/

A cada uno

A CADA UNO

Dios, que es nuestro bien, que es perfecta Bondad en la voluntad divina, sublime Amor que todo lo embellece; Dios, ama, consuela, ayuda, fortalece, anima, perdona… a cada uno.

A cada uno juzga individualmente, en el juicio particular. Es, pues, cada uno con Dios.

Narra la Biblia de Jesús, que: «Puesto el sol, todos cuantos tenían enfermos de cualquier enfermedad los llevaban a Jesús, y Él imponiendo a cada uno las manos, los curaba». (Lc 4, 40)

Tú puedes rezar, tú puedes «llevar a los demás» a Jesús, Dios, pero es Él quien «impone a cada uno» las manos para curarle. Es, entre cada uno y Dios.

Nadie puede confesarse por los pecados de otro. Piénsalo…

De la misma manera que tampoco pueden confesarse varias personas a la vez, como indica la Santa Madre Iglesia Católica -en el Código de Derecho Canónico-; la confesión ha de ser individual, excepto cuando por «peligro de muerte o necesidad grave», se permite hacer una confesión general, quedando firme la obligación de que «aquel a quien se le perdonan pecados graves con una absolución general, debe acercarse a la confesión individual lo antes posible». (Cann. 961-963) ¿Por qué? Porque cada persona tiene que currárselo, no es sólo trabajo de Dios.

Hay que confiar en Dios, en su misericordia, en su pureza de bondad que ama, te ama, sin tener miedo a ir a pedirle perdón en la confesión, porque Él dijo a los apóstoles : «A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» (Jn 20, 23). De modo que acercarse al Santo Sacramento Penitencial, con arrepentimiento sincero y propósito de no volver a pecar, nos garantiza que Dios nos va a perdonar de manera absoluta, de manera perfecta, -es Dios-, derramando sobre cada uno las llamas de su inflamada Misericordia.

A Santa Faustina Kowalska, Dios le aseguró que su misericordia jamás se agotará, y ella, en su Diario «La Divina Misericordia en mi alma», escribe que también le dijo: «Que el pecador no tenga miedo de acercarse a Mí. Me queman las llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas humanas. (…) La desconfianza de las almas desgarra Mis entrañas.»

Acepta la Misericordia de Dios al ir a buscarla en el Sacramento de la Confesión.

La expresión: «que Dios tenga misericordia de mí», ha de preceder a la de: «voy a buscar en la confesión, la misericordia de Dios para mí», ya que está intrínsecamente unido el acto de apelar a la misericordia de Dios, con el de ir a recogerla en el Sacramento Penitencial, el Sacramento de la Misericordia (que Él mismo instituyó); ¿cómo vamos a quedarnos a medio camino, deseando «que Dios me perdone», sin ir yo a recibir su perdón en la confesión?

Entonces, cuando recemos para los demás: «Que Dios tenga misericordia de él/ella» añadamos la otra parte -sumamente importante- de: «que él/ella reciba la misericordia de Dios en la confesión», porque Dios derrama su misericordia, pero, ¿cuántos la aceptan yendo a recogerla en la confesión?

Recemos para nosotros y para los demás; la oración ayuda, y Dios, por nuestra oración, ayuda a los demás. Pidamos a Dios por la conversión y salvación del mundo. Porque, como dice mi padre: «no hay salvación sin conversión», aunque la conversión tenga lugar instantes previos a la muerte. Dios nos quiere tanto, tanto, que llama a cada uno a la conversión, en muchísimas ocasiones.

Dios no es malo, es Bondad infinita, Dios no manda a nadie al infierno; es la retribución de cada uno por sus libres obras. Puede el mayor pecador de la historia, hacer una buena confesión y estará completamente perdonado; ¿cuántos de los que están «en primera fila» en el Cielo no lo estarían de no haberse acogido a la misericordia de Dios en vida, por confesarse? «(…) los publicanos y las meretrices os preceden en el Reino de Dios» dice Jesús en la Biblia, al referirse a que muchos pecadores se convierten y cumplen la voluntad de Dios (cf. Mt 21, 28-32).

Dios ve el corazón… y ve, si es un corazón coherente, que recoge en la confesión  la misericordia que pide en oración. Dios precisamente, desea -y dio su vida por ello- la salvación de todas las personas del mundo. Nadie supera a Dios en el deseo de la salvación de las almas, y… ¿hay algo más fácil que recibir el perdón y consuelo de Dios, y con ello su Gracia Santificante, por confesar lo malo que se haya hecho, dicho y pensado, ante un sacerdote católico en confesión, y todo, absolutamente de forma gratuita, cuantas veces haga falta?

Pongamos de nuestra parte, porque por parte de Dios, todo bien es obtenible, siendo Dios tan maravilloso como es.

Dios ama inmensamente a cada alma, con toda su potencia, la quiere con Él en el Cielo eterno, por ese motivo lo creó. Por ese motivo de amor, te creó, y vino al mundo para salvarte.

A ti, que te sientes a veces olvidado, que necesitas absolución, por cuanto malo hayas hecho, dicho o pensado, recibes, tú… niño desconsolado, en el nombre de Dios Padre,

de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo, el perdón perfecto, divino, unitario, el «Yo te perdono», de Aquel que dijo: «Haya Luz», y empezó la Creación.

En la confesión recibes, por los méritos de Dios Hijo, el rescate, y vuelves a estar en su Santa Gracia y amparo, Dios Espíritu Santo te consuela, te da dones; ¡no estás solo! ¡no estás sola!

¡Nadie es capaz de quererte más que Dios!

¿No ves cuánto amor tiene Dios, Jesús, por ti? Eres tú, su querido niño, su querida niña;

todo el rato piensa en ti, te ama, te busca, te espera, te levanta, te consuela… Él cuenta contigo, Dios tiene un plan para ti, y es necesario que estés en su Gracia para llevarlo a cabo.

Gracias Dios mío, por el Santo Sacramento de la Confesión. ¡Viva la misericordia eterna del Señor!

«Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida con Cristo — de gracia habéis sido salvados —» (Ef 2, 4-5).

 

Patricia Bellido Durán

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