Saltar al contenido

Poesías - 3. página

Poesía de Patricia Bellido Durán

Polvo

 

POLVO

Polvo, polvo…
«Polvo eres
y al polvo volverás»…
Yo soy polvo moldeado,
con el hálito de vida de Dios,
insuflado,
venido a la vida
con una exclusiva alma…

Me ha sido dada por Dios,
la dicha de existir por Amor,
igual que tú…
Sí, tú existes por ninguna otra
causa que por Amor.

Amor Divino, del que nací,
Amor desde el cual partí,
al polvo volveré,
pero ese Amor conmigo
me lo llevaré,
y ni mi cuerpo corrompido,
ni mi mundo, ni lo que he vivido,
va a quedar por siempre aquí.

Una Nueva Tierra,
es la que nos espera,
pasaremos a Ella.
¡¿Qué más da, pues, vivir unos
cuantos años aquí con contrariedades?!
¡Si lo que nos espera
son riquezas inigualables!

Amor mío, mi Dios,
¿fuiste por mí, bien correspondido?
¿Qué va a ser de mí,
si otra cosa,
me roba del Amor el suspiro,
que te debo yo a Ti?

…Amor, por el que fui creada,
que mi meta sea siempre y solamente;
corresponderte.

Polvo fui, pero de Dios nací.
Polvo seré, pero a Dios volveré.

Y cuando en el Juicio Final,
mi cuerpo enterrado,
del sepulcro ante Cristo
sea junto a todos congregado;
conocerá la resurrección
mi cuerpo polvoriento,
para con mi alma glorificar a Dios,
por siempre, por siempre…
durante toda la Eternidad.

 

Patricia Bellido Durán
© copyright

 

El Gran Privilegio

 

EL GRAN PRIVILEGIO

Nunca has oído la voz de Dios,
ni has contemplado sus bellos ojos
llenos, sí, llenos de amor,
pero eso va a pasar…
sí o sí, ineludiblemente…,
cuando tu alma vaya a Él,
por la muerte del cuerpo.

No es cosa exclusiva, pues,
de algunas pocas personas
el que le podrán ver.

Y en su regazo podrás estar,
a esos brazos,
abiertos por ti en la Cruz,
vas a abrazar,
…sin soltarle ya jamás.

Él, tuyo, y tú… suyo;
completamente…,
para toda la eternidad.

¿Eres consciente,
del privilegio que tendrás…?

Y mientras no sucede todavía…
estás aquí, en la tierra,
viviendo para demostrarle: tu amor,
en lo grande y lo pequeño,
haciendo lo correcto, lo bueno.

Aquí vives tú… sin tener el don,
de la levitación,
de la bilocación,
no has quedado en éxtasis,
ni has tenido ninguna aparición,
pero ¿qué es eso
comparado con el Gran Privilegio…?
Sí, ese que Dios te da,
de recibir, de comulgar,
su Sagrado Cuerpo, Sangre y Divinidad.

Mayor que todos los honores,
es el que Dios te concede,
culmen de divinos favores,
recibir en ti a Quien más te quiere.

El Creador dentro de ti,
el Omnipotente,
el Bien en sí mismo,
la esencia de la Verdad y la Pureza,
habitando en ti,
sí, ¡dentro de ti!,
el Rey, ¡Dios!

Eso a nada se puede comparar,
es un lujo impresionante,
nada mejor se puede desear,
saber que Dios, ¡desea estar contigo!,
el sacerdote te lo da…,
y tú lo recibes con devoción,
con humildad.

¿Eres consciente,
del privilegio que te da…?

Recibes el Corazón de Jesús,
latiendo dentro de ti,
recibes su Sacratísima Sangre,
derramada por ti.

No hubo ni habrá,
de amor la prueba

más bella, más extrema,
que la que Dios te dio,
y en cada Misa se renueva.

¡Dios mismo, a ti se entrega!

Recíbelo dignamente…

Porque el glorioso amor
de tu Creador,
está a tu alcance,
para envolverte,
para levantarte,
para no dejar jamás de amarte.

 

Patricia Bellido Durán
© copyright

 

Virgen Santa

 

VIRGEN SANTA

Virgen Santa,
Flor inmaculada,
Rosa celestial;
tu corazón es manantial
de eterno amor fecundo,
mejor que los placeres del mundo,
más grande que todos los mares juntos.

Eres nuestra Madre incondicional,
fantástica, sin igual.
Los que a Ti nos acogemos,
del bendito Fruto de tu vientre,
la salvación encontramos.
El Sumo Bien nació de tus entrañas,
y todo cuanto es bello, puro y verdadero,
de Ti emana.

Oh bendita Madre, Mamá nuestra,
ternura excelsa,
del amor, la llama,
clara, brillante, incandescente,
que diste a luz, la Luz del mundo;
Tú que del mismo Dios, eres Esposa, Madre e Hija,
cobíjanos en el mismo abrazo,
con que abrazaste a Jesús;
danos las mismas dulces caricias…
¡Te necesitamos Mamá!
Intercede a Dios por nosotros,
Tú que eres la Puerta del Cielo,
la alegría de la pureza personificada,
que a ningún alma que a Ti se te encomienda,
dejas desamparada.

Virgen Santa,
Flor inmaculada,
Rosa Celestial,
eres tú mi Madre,
mi Madre tan amada.
¡Te quiero mucho, Mamá!

 

Patricia Bellido Durán
© copyright

 

Perder para ganar

 

PERDER PARA GANAR

Por Dios, perder
lo que de Él nos separa.

Perder el orgullo
antes que perder su Gracia,
porque en ella está
tu dignidad de hijo suyo,
hijo de Dios Todopoderoso.

Por Dios, perder
lo que de Él nos separa.

Perder el egoísmo
y obrar sólo para su Gloria,
porque ¿de qué sirve hacer el bien,
si no es por amor al Sumo Bien, a Dios?

Por Dios, perder
lo que de Él nos separa.

Y alejarnos de las ocasiones de pecado;
¡no retes a la tentación!,
porque «sin Mí no podéis hacer nada»,
dijo Jesús, que exclamó: «Vade retro Satana»;
apártate pues del mal,
para que se aparte de ti Satanás.

Por Dios, perder
lo que de Él nos separa,
es perder para ganar;
¿quieres ganar la santidad?

Morir a lo malo,
para vivir lo bueno,
porque escoger es rechazar;
escoge…
y rechazarás lo opuesto a lo escogido.

Rechaza el libertinaje,
por la verdadera libertad;
rechaza el rencor,
por perdonar de verdad;
y a la soledad,
por aceptar en ti,
el amor de Dios incondicional.

Rechaza al demonio,
por seguir con alegría y fidelidad,
los diez mandamientos,
que nos abren las puertas
del Reino eterno, tu morada.

Por Dios, perder
lo que de Él nos separa,
significa siempre,
perder para ganar.

 

Patricia Bellido Durán
© copyright

 

Santa María

 

SANTA MARÍA

En el fondo de tu alma,
te abraza la sonrisa de María.
Ella… toda ternura,
Ella… la Reina, Inmaculada.

El Cielo conmovido,
le canta «¡Salve!, ¡Pureza Eterna!»,
porque sin Ella, Dios no hubiera nacido
como hombre, siendo Dios,
para salvarnos del castigo merecido.

Te quiero mucho, Virgen María,
Mamita mía…,
gracias por darnos a Jesús,
gracias por darte a ti misma.

Yo te venero, con las rodillas de mi alma,
 y a ti elevo mis súplicas, para que a Dios intercedas,
oh, corredentora de mi salvación,
y del mundo entero;
¿qué sería de mi vida
sin las delicias de tus cuidados?

No me niegue yo jamás,
a recibir tu tierno amor maternal,
tu firme ejemplo de santidad y valentía,
y las gracias que, por ser Reina y Señora
de Cielos y tierra, concedes a los que te amamos.
«¡Salve!, ¡Pureza Eterna!».

 

Patricia Bellido Durán
© copyright